jueves, 23 de agosto de 2007

Quinto poder: Planes sociales


por Gretel Ledo*


Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra;
mas cuando domina el impío, el pueblo gime
Proverbios 29:2


Los tiempos por los que atraviesa nuestra historia política recorren los mismos senderos del pasado. El uso y abuso de prácticas añejas en las que el pueblo es utilizado para meros fines electorales protagonizan una vez más escenas escandalosas de resabios morales prostituidos.
La Real Academia Española define al clientelismo como un sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de sus servicios y sumisión. Para indagar en sus orígenes Norberto Bobbio se remonta a Roma. Por clientela se entendía una relación de dependencia económica y política entre sujetos de status diverso. El individuo de rango más elevado (patronus) protegía a sus propios clientes, los defendía en los juicios, testificaba en su favor, les asignaba una tierra de su propiedad para el cultivo y un ganado para que lo criaran, y uno o varios clientes quienes bajo la condición de siervos libertos o extranjeros inmigrantes gozaban del status libertatis y, como tales, actuaban de forma sumisa y deferente obedeciendo y ayudando al patronus incluso hasta con armas.
En las sociedades tradicionales, las estructuras clientelares son un fenómeno difundido que han logrado con éxito penetrar en los aparatos políticos administrativos centralizados. Aún hoy, a pesar que las relaciones de dependencia personal se abolieron formalmente persiste una red de vinculaciones clientelares que tiende a sobrevivir y adaptarse, tanto frente a la administración centralizada como frente a las estructuras de la sociedad política (elecciones, partidos, parlamentos). En la sociedad premoderna los sistemas clientelares formaban verdaderos microsistemas autónomos. Así podemos citar el caso del partido de notables. En la época de sufragio restringido, el notable al que le estaba reservada de hecho o de derecho una relación privilegiada con el poder político constituye una bisagra de empalme entre la sociedad civil y la sociedad política. A los propios clientes les sigue dando protección y ayuda en las relaciones con un poder a menudo distante y hostil, a cambio de consensos electorales.
Para el historiador Ricardo Levene, en el período anárquico posterior a 1820 la práctica del sufragio libre estaba viciada. Los procedimientos electorales eran los de la violencia o imposición por la fuerza y el fraude. Así en cada elección se libraba una batalla “…para ganar el atrio o secuestrar la urna y otra final o campal para destruir la victoria del adversario, ya fuese arrancándole los instrumentos legales del acto comicial, ya acudiendo a medios más violentos, contra las personas mismas, encarcelándolas, secuestrándolas. Ser un gran ciudadano, un gran repúblico, un gran tribuno significaba en el lenguaje de ese tiempo ser un bravo y ser un héroe capaz de ir a bayoneta calada hasta la propia mesa y comenzando por una descarga cerrada, sobre el grupo de escrutadores, concluir por eliminar todo obstáculo y quedar dueño absoluto de la mesa, urnas y registros”.
La historia del caudillo matón es sucedida por la del puntero que negocia los votos de los humildes comprándolos o intimándolos.
Hoy no hablamos del fraude a la manera de principios del siglo XIX sino de un nuevo estilo. A esta gestión de gobierno hay que reconocerle un logro: el nacimiento de un quinto poder. Sí, un poder denominado planes sociales. La voluntad popular es comprada con anterioridad al acto de sufragar. Las clases populares convertidas en venalizada clientela electoral reciben con dócil predisposición la presión oficial para asegurar la sucesión del gobierno.
La desnaturalización de este electoralismo, la burla de la voluntad agraviante explica la disminución de la pobreza. Para 2005 ascendía a 38,5%; hoy es de 27% según la CIA norteamericana. ¿Habrán surgido efecto los planes sociales, los subsidios y el apoyo a piqueteros?
Los inputs que ingresan al sistema político en forma de demandas sociales se traducen en outputs parasitarios.
El temor como ensamble de una relación de conveniencias mutuas traduce el lenguaje del electorado-cliente en fidelidad al patronus para conservar el plan social; en tanto el caudillo teme perder el botín de votos que lo catapulte al éxito anhelado: la perpetración omnímoda en el poder. Esta fuente inagotable de demagogia especulativa es la contracara de un pueblo sometido, pobre y temeroso cuyas vendas no permiten cuestionar el modus operandi de hoy que, por cierto se remonta a 1820…
Sí… más allá del cuarto poder, cual es la prensa ha nacido tácitamente el quinto poder que, desde el gobierno, maneja cómodamente a la masa llevándola a cambiar la historia del país que escribe de antemano.

*Abogada, politologa y asesora parlamentaria

En Busca de Seguridad


por Alberto Asseff*


para CEIN TUCUMÁN

“Echad abajo el nido
y se irán los cuervos"

Padecemos centenas de problemas. Están dichos y protestados. Más que insistir en ellos, lo que nos compete es intentar caminos que conduzcan a las soluciones. Por eso, en esta ocasión quiero reflexionar sobre la seguridad o, para verla del otro lado, la inseguridad.

Cada tema tiene uno o varios ejes. La seguridad también posee los suyos. El primero y precipuo es la impunidad.

La falta de sanción es la llave maestra del delito. Contrariamente a lo que superficialmente se sostiene, no son las malas leyes o la justicia morosa y burocrática o la policía desentrenada y desmotivada las causas esenciales de la oleada delictiva que nos azota, flagela y azora. El origen primario de la expansión del crimen común es que sólo el 2% de los delitos tienen condena. Si a esto se agrega que existen miles de actos delictivos que ni siquiera son denunciados, el panorama es aterrador. Apenas el 0,50% de los crímenes que se cometen en la Argentina determinan algún castigo para sus autores.

Otra columna de la inseguridad es la Justicia Penal, en todos sus fueros y jurisdicciones. Se llena de papeles y de actos formales, pero casi nunca llega al fondo y prácticamente sólo condena a los débiles, para decirlo elegantemente y si altisonancias. Además, es ostensiblemente sujeto y objeto de ominosas y antirrepublicanas presiones por parte del Poder Ejecutivo, sea nacional o de las provincias. Una de las maniobras para que no tengamos ni disfrutemos de Justicia consiste en dividir las causas que involucran a una misma persona y en rigor a un mismo hecho. ¿Dónde se ha visto que se fraccionen las investigaciones acerca de un mismo presunto delincuente? Pues, acá.

¿Qué falta para que se confeccione un registro informatizado de los violadores y para que el Patronato de Liberados realice un seguimiento preventivo? ¿O, acaso, es irrelevante que continúen violando?

¿Dejaremos a la Justicia como se halla o acometeremos su descentralización y especialización de modo que tengamos fiscalías por todos lados, cerca de las necesidades y desafíos que suscita el crimen?

La Policía es otro capítulo de la inseguridad. Está crecientemente desentrenada y desprofesionalizada, llena de simpáticos obesos, generalmente haciéndose la distraída, desentendida de lo que es primordial para poseer seguridad, esto es prevenir la comisión del delito, mucho antes que acudir, tarde, para perseguir al autor del ya consumado. Cierto es que el poder político, con sus desmanejos, la desmotiva y desalienta. Empero, nada justifica que la Policía haya ido perdiendo orgullo de pertenencia y esmero en preservar su otrora gran prestigio institucional.

La consolidación de un gran cuerpo policial de elite es esencial para la seguridad de los ciudadanos.

La autoridad ejecutiva contribuye a este sombrío escenario. Hasta hoy el organismo de Seguridad nacional -como los de las provincias- nos deben un mapa del delito, instrumento básico para poder combatirlo con eficacia. Hay sectores, barrios, ciudades que sufren modalidades diversas del crimen - En algunos sitios el delito es individual, del tipo arrebato. En otros es en motocicleta y de a dos. En algún lugar está organizado y embandado. Para cada uno debe existir una respuesta de la ley. Para eso hay que estudiar, pensar, planificar y actuar. Es lo que se hace con escasez.

LA IDEOLOGIA

Otro factor nocivo es la ideología que se filtra en la cuestión de la seguridad. Se consumen más energías en pedir mano dura o garantías, que en extirpar al delito. Es caricaturesco, pero en verdad patético, que los garantistas proclamen los derechos de los delincuentes, maniaten a la policía y amedrenten a los jueces, mientras el delito se propaga. Similarmente, es grotesco que algunos anacrónicos, nostalgiosos de tiempos idos para siempre, reclamen dureza, más cárceles y policías bravas.

¿Es imposible el sentido común? En la vida, ¿no puede existir la medida, el medio? Lo que necesitamos es la ley. La vigencia majestuosa y todopoderosa de la ley. Ni orden duro, ni blando. Ni autoritarismo ni caos. Autoridad, orden, dentro de la ley. Por si acaso agrego que si la ley no sirve, hay que cambiarla. Pero siempre, con y dentro de la ley.

LA POBREZA

Está plagado de delitos gravísimos cometidos por los ricos. Tanto de "guante blanco" -como los sobres, las valijas, los cohechos- como los de cuchillo o revólver en mano. El delito no es sólo hijo de la pobreza. En todo caso, la marginalidad, la injusticia, la exclusión pueden potenciar y prohijar al crimen. Entonces, si lo sabemos, ¿por qué no obramos sobre estas causas en lugar de reprimir a los efectos, sin solucionar la sustancia?

Se conoce que la carencia de educación es propensa a estimular la ilegalidad, aunque está saturado el país con actos vandálicos cometidos por estudiantes, como los de la Escuela Técnica rosarina. Consecuentemente, hay que atacar este asunto medular y apostar a educarnos y a erradicar la violencia que se ha interiorizado en miles de argentinos.

LA TELEVISION

Estoy convencido que una buena parte del delito se potencia por la difusión televisiva del crimen de cada día. Hay en los delincuentes partes inextricables de la morbosidad que los compele al crimen. Una de esas es el exhibicionismo que les brinda sensaciones de poder, de tenernos en vilo a todos. El criminal, cuando ve el terror que causa. se regocija y se siente alguien. La televisión ayuda a desplegar el crimen al ponerlo como noticia principal del día. Digo, ¿no podríamos experimentar por un año noticieros sin crímenes, aunque sucedan?. Quizás configure una medida que nos devuelva la ansiada seguridad. No por ocultar lo que acaece, sino por no nutrirlo.

Si la televisión no concurre a mostrarnos paradigmas, modelos de referencia plausibles, nuestro pueblo, especialmente los más jóvenes, sólo podrán reflejarse en el espejo del chiquero -con perdón a los buenos de los cerdos- que es nuestro amado país dominado por las coimas, la politiquería clientelista, la violencia y conflictividad social, la deseducación y el crimen que cual maremoto nos aterroriza.

LA DROGA

Es imposible no mencionar a la droga cuando se habla de inseguridad. El 80% de los criminales atropella nuestros derechos a vivir y a gozar de la propiedad obtenida por nuestro trabajo -que, así, es bendecida por Dios y por la ley- impulsado por la droga que lo desinhibe y torna violento y peligroso. Y antisocial. ¿No habrá llegado la hora para que se acote a la droga, se recuperen a los adictos, se enseñe a vivir sanamente?

Mientras creamos que es posible una Argentina más vivible y moralmente sana, nada está perdido y mucho está por hacer.

*Presidente de UNIR
Unión para la Integración y el Resurgimiento
pncunir@yahoo.com.ar

lunes, 20 de agosto de 2007

Recetas para frenar a Chavez




Andrés Oppenheimer*
Ahora que el presidente venezolano Hugo Chávez se ha quitado la careta y anunció oficialmente que intenta ser un presidente vitalicio, permítanme ofrecer algunas sugerencias sobre lo que debieran hacer la oposición venezolana, las democracias latinoamericanas y Estados Unidos, para tratar de evitar una dictadura total en ese país.
Chávez, como ustedes saben, anunció la semana pasada que presentará ante la Asamblea Nacional --donde controla el 100 por ciento de las bancas-- una reforma constitucional para extender el período presidencial de seis a siete años, y permitirle ser reelecto cuantas veces quiera. Asimismo, la reforma eliminaría la autonomía del Banco Central, y crearía una ``milicia popular''.
Su plan de obtener poderes absolutos --endulzado con una propuesta para reducir la jornada laboral a seis horas-- irá ahora a la Asamblea Nacional, donde probablemente será aprobado casi por unanimidad, y, posteriormente, será sometido a un referéndum nacional.
He aquí como habría que responderle:
La oposición Venezolana no debería repetir el error que cometió cuando boicoteó las elecciones legislativas del 2005 cuando, citando la falta de libertades para hacer campaña, se retiró del proceso, pensando que su ausencia deslegitimaría la elección. Chávez simplemente ignoró el boicot, realizó la elección de todos modos, e instaló una Asamblea Nacional totalmente progubernamental.
Está claro que la oposición tendrá que competir ahora con más limitaciones: Chávez ha acumulado más poderes para usar los recursos estatales en su campaña política, y controlará la enorme mayoría de los medios de comunicación masiva, especialmente después de su reciente decisión de revocar la licencia de la cadena de televisión independiente RCTV y convertirla en otro canal estatal.
Sin embargo, iniciar una campaña en contra del proyecto narcisista-leninista de Chávez no sólo le permitirá a la oposición venezolana mantenerse viva, sino que le daría una oportunidad de oro para reagruparse y ganar fuerza.
Las encuestas muestran que la radicalización y la megalomanía del mandatario venezolano están empezando a fastidiar a algunos de sus propios seguidores.
''Chávez se está pasando de la raya con este plan de [su] presidencia vitalicia'', me dijo Michael Shifter, un experto en Venezuela del centro de estudios Diálogo Interamericano, de Washington, D.C. ``Esto representa una oportunidad para ganar el apoyo de los chavistas desilusionados''.
Efectivamente, una nueva encuesta de la empresa venezolana Hinterlaces dice que el 54 por ciento de los Venezolanos desaprueban la propuesta de reforma constitucional de Chávez, mientras que sólo un 26 por ciento la apoya. Resulta interesante que, 48 por ciento de los encuestados se manifestaron como simpatizantes de Chávez, lo que sugiere que muchos chavistas no comulgan con su plan de reelección indefinida.
• La Organización de Estados Americanos (OEA), el Centro Carter, y otros grupos de fiscalización internacionales, no deberían repetir los errores que cometieron en el referéndum revocatorio del 2004, cuando aceptaron la imposición de Chávez para que iniciaran su monitoreo apenas unos pocos días antes de la votación. Esta vez, los observadores internacionales debieran llegar al país varios meses antes, y en lugar de certificar únicamente el conteo de los votos, pudieran fiscalizar y certificar la limpieza y equidad de todo el proceso electoral.
• Brasil y Paraguay, cuyos congresos todavía deben ratificar la entrada de Venezuela en el MERCOSUR, deberían --al menos-- postergar su decisión indefinidamente. MERCOSUR tiene una cláusula democrática, y permitirle la entrada a Chávez a ese organismo internacional tras su anuncio de ''reforma constitucional'' sería no sólo violatorio de las normas del acuerdo regional, sino que significaría una luz verde tácita para que otros países, como Bolivia y Ecuador, sigan sus pasos y se constituyan en ``dictaduras constitucionales''.
• Estados Unidos podría hacer más que nadie para frenar los delirios de grandeza de Chávez si dejara de subsidiarlo. Efectivamente, Estados Unidos está importando petróleo venezolano por valor de $34,000 millones por año, con lo que Chávez financia su proyecto político.
• La Casa Blanca debería imponer un impuesto de $2 por galón al consumo de gasolina en Estados Unidos, o un impuesto de 50 por ciento a las camionetas Hummers y otros automóviles innecesariamente gigantescos, o exigir a las empresas productoras de vehículos de Detroit que dupliquen la eficiencia de los coches norteamericanos.
Reducir la adicción de Estados Unidos al petróleo importado debiera ser el tema central de las elecciones presidenciales del 2008: Además de ser el arma más efectiva contra los países del Oriente Medio que financian el terrorismo islámico, debilitaría a los petrocaudillos como Chávez, y ayudaría a reducir el calentamiento global.
Mi conclusión: Es probable que Chávez sea el peor enemigo de si mismo. Su intento de convertirse en una especie de emperador tropical puede hacer que sus opositores internos se recuperen y --como los luchadores de judo-- usen la fuerza ofensiva de su rival en contra de él. Ojalá lo hagan con inteligencia esta vez, y que las democracias extranjeras no miren para el otro lado ante este intento de volver a la era de las dictaduras absolutas.



*Miami Herald (Estados Unidos)

Algunos progresos en la economia mexicana


Ricardo Lecumberri*
No se puede negar la mejoría de los ingresos de los mexicanos, sobre todo de los más pobres. Sin embargo, es innegable que la expansión del consumo no puede darse si no existe una mejora real en los ingresos de las personas, y que para mantener funcionando el círculo virtuoso inversión-empleo-consumo, aún es necesaria tanto la apertura de canales para mejorar la productividad y competitividad de la industria, como la eliminación de monopolios.
De acuerdo con la recién publicada Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), elaborada por el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI), el ingreso corriente monetario promedio de los hogares mexicanos en 2006 fue de $8,912 mensuales, monto 12.2% mayor al registrado en el año 2000, lo que significa que en todo el sexenio pasado el ingreso de las familias mexicanas creció 12.2% en términos reales, una expansión promedio de 2% al año.
Lo interesante que revela la nueva ENIGH es que tuvieron que pasar dos sexenios completos (1995-2006) para que los hogares mexicanos pudieran recuperarse de la pérdida del 31.5% de su ingreso que ocasionó la última gran devaluación de la moneda local a mediados de los años noventa. Así, el ingreso promedio de los mexicanos en 2006 fue apenas un 0.9% mayor que el de 1994. Pero mayor, finalmente.
Más todavía: De manera desagregada, la recuperación del ingreso fue más rápida en los hogares con menores ingresos: En 2006, el ingreso corriente monetario para el 10% de los hogares más pobres aumentó en términos reales 23.7% respecto a 1994. En contraste, el ingreso del 10% de los hogares más ricos disminuyó 9.2% en términos reales entre el periodo de 1994 y 2006, único decil de la población que mostró crecimiento negativo entre estos periodos, lo cual sugiere que la recuperación en el ingreso ha favorecido más en términos relativos a los que menos tienen.
Por otra parte, el gasto corriente monetario promedio de los hogares mexicanos en 2006 fue de $7,690 mensuales, monto 12.6% mayor al registrado en el año 2000, lo que significa que en todo el sexenio pasado el consumo de las familias creció 12.6% en términos reales, una expansión promedio de 2.1% al año.
Al igual que con el ingreso, en materia de consumo tuvieron que pasar dos sexenios completos (1995-2006) para que los hogares mexicanos pudieran recuperarse del efecto que ocasionó la última gran devaluación a mediados de los años noventa. Hasta apenas el año pasado las familias mexicanas pudieron comprar un 5.8% más de lo que compraban doce años antes.
De manera desagregada, la recuperación del consumo fue más rápida en los hogares menos acomodados: En 2006, el gasto corriente monetario para el 20% de los hogares más pobres aumentó en términos reales 17.1% respecto a 1994. En contraste, el consumo del 20% de los hogares más ricos aumentó apenas un 0.8% en términos reales entre el periodo de 1994 y 2006, lo cual sugiere, al igual que con los ingresos, que la recuperación en el consumo ha favorecido más en términos relativos a los que menos tienen.
Más todavía: En 2006, el 20% de los hogares más pobres aumentó su consumo en vivienda, salud, transporte y educación en general, en mayor medida que el 20% de los hogares más ricos. Respecto a 1994, destaca en particular la recuperación real de los hogares en cuanto a su consumo en vivienda (6.2%), cuidados médicos y conservación de la salud (2.7%), transporte (24.5%), educación (3.9%) y artículos para el cuidado personal (32.2%).
La recuperación en general del ingreso y gasto de las familias mexicanas se aprecia también en la contundente mejora de su calidad de vida; en concreto, en el equipamiento de su vivienda. En el año 2000, menos de siete de cada diez viviendas contaban con refrigerador, pero hoy son casi ocho las que lo tienen. Hoy en día, cerca de una quinta parte del total de hogares poseen una computadora, mientras que en el 2000 eran menos del 10%. En general, hay más familias ahora que pueden adquirir bienes como lavadoras y televisiones o servicios como energía eléctrica y drenaje que antes no podían. Incluso sus viviendas son construidas con mejores y más resistentes materiales.
Los resultados presentados en esta serie se deben a que en los últimos doce años se abrió la economía mexicana más de un 90%, se integró plenamente al ritmo de producción industrial estadounidense expandiéndose casi un 50%, disminuyó la inflación a niveles del 3%, la política económica ha favorecido decididamente la estabilidad, y, por supuesto, el envío de remesas que antes de este año crecía a una tasa anual del 20%.
No se puede negar la mejoría de los ingresos de los mexicanos, sobre todo de los más pobres. Sin embargo, es innegable que la expansión del consumo no puede darse si no existe una mejora real en los ingresos de las personas, y que para mantener funcionando el círculo virtuoso inversión-empleo-consumo, aún es necesaria tanto la apertura de canales para mejorar la productividad y competitividad de la industria, como la eliminación de monopolios, protección gubernamental y demás tratos preferenciales para mejorar el bienestar de los consumidores.

*Diario Exterior (España)

¿Por qué América Latina no progresa?


Carlos Ball*

Agradezco a la Federación Nacional de Comerciantes de Colombia esta invitación a que les hable sobre por qué América Latina no progresa, haciendo énfasis en el caso venezolano. Muchos de los problemas y obstáculos que han impedido que nuestro hemisferio se incorpore al mundo desarrollado de Occidente son comunes o, al menos, bastante parecidos en toda América Latina.
Luego de 16 años al frente de AIPE (
www.aipenet.com), una empresa periodística dedicada al análisis y discusión de los principales temas económicos y políticos que afectan a la región, estoy convencido de que a menudo comprendemos mejor lo que sucede en nuestro propio patio cuando observamos el desarrollo de problemas similares que confrontan países vecinos y demás regiones de América Latina.

Voy a comenzar contándoles brevemente unas pocas experiencias personales que creo reflejan algunos de los males que en diferentes grados han afectado a gran parte de América Latina.

Poco después de la muerte de mi hermano Luis Henrique, leyendo papeles suyos me encontré una historia fascinante que me hizo comprender mejor lo que el economista austriaco Friedrich Hayek llamó “el camino de servidumbre”, sendero predilecto de los gobernantes venezolanos. Mi hermano, quien era 9 años mayor que yo, relata su visita a nuestra madre en la clínica, en 1939, cuando yo nací. Cuenta que al entrar al hospital saludó a una muchacha que salía con su recién nacido en los brazos. La reconoció como trabajadora de la fábrica de nuestro padre y me enteré que, en aquellos tiempos, esa empresa pagaba el 95% de los gastos médicos de todos sus trabajadores, quienes recibían atención médica en la Policlínica Caracas, entonces el mejor hospital privado del país.

Fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando, por presiones del Departamento de Estado, se creó en Venezuela el Instituto de Seguros Sociales para comenzar a socializar la medicina y centralizar las jubilaciones. Entonces, las Naciones Unidas recomendaron al médico chileno Salvador Allende para que asesorara al gobierno venezolano en la creación de ese instituto. Los impuestos a las nóminas de sueldos que seguidamente impuso el gobierno nacional hicieron que pronto desaparecieran todos los programas privados de atención médica a los trabajadores y sólo aquellos venezolanos con altos ingresos pudieron desde entonces tener acceso a clínicas privadas.

Las buenas intenciones políticas a menudo causan males no previstos y como la prioridad absoluta del partido gobernante suele ser ganar las próximas elecciones, se dificulta y hasta se imposibilita que a tiempo se corrijan nefastos errores.

Las estadísticas muestran de manera dramática los cambios sufridos en Venezuela entre la generación de mis padres y la de mis hijos. Por ejemplo, en 1958 el ingreso per cápita del venezolano equivalía a 78% del ingreso per cápita en Estados Unidos. Mientras en la década de los años 50 el ingreso de los venezolanos aumentó en más del doble, a partir de 1960 --bajo una política económica que el propio presidente Rómulo Betancourt definió como “socialismo en alpargatas”-- la población ha crecido más rápidamente que la economía.

Hoy, a pesar del precio récord del petróleo, el ingreso promedio del venezolano fluctúa alrededor del 15% del ingreso promedio en Estados Unidos, mientras que todo lo contrario ha estado sucediendo en países ex-comunistas como Estonia y la República Checa, al igual que en los llamados tigres y dragones de Asia.

Yo me gradué de una universidad americana en 1962 y recibí varias ofertas de trabajo para quedarme allá. No las tomé en serio porque para mí el futuro estaba en Venezuela. Pero apenas un par de décadas más tarde, cuando mis hijos se graduaron de universidades americanas, ellos no dudaron en quedarse a vivir en Estados Unidos. En Venezuela se notaba ya un cambio profundo; de ser un país floreciente y próspero que atraía a cientos de miles de inmigrantes de todas partes del mundo y donde gran cantidad de ejecutivos y técnicos de las multinacionales petroleras preferían quedarse a vivir después de su jubilación, se ha convertido en un país de emigrantes, exportador neto de talento y de capital privado. Las aplicaciones de venezolanos que quieren venirse a vivir en Colombia se dispararon 300% en los últimos dos años.

En Miami, así como en los años 60 se veían a médicos e ingenieros cubanos lavando ventanas y cortando la grama, hoy vemos a muchos venezolanos jóvenes y viejos tratando de rehacer allá sus vidas de la misma manera.

Para terminar con estas breves anécdotas personales, les contaré por qué vivo y trabajo en Estados Unidos desde hace 20 años. En 1987, yo era director general de El Diario de Caracas, cuya línea editorial era muy crítica del intervencionismo y desenfrenada corrupción del gobierno del entonces presidente socialdemócrata Jaime Lusinchi. El periódico pertenecía al grupo Radio Caracas Televisión, cuya licencia de transmisión vencía en mayo de 1987. Los dueños de la empresa fueron entonces informados desde el palacio presidencial que la licencia no sería renovada a menos de que yo fuera despedido.

48 horas antes de ser despedido, una fuente cercana al partido de gobierno me informó que el ex presidente Carlos Andrés Pérez había dicho esa mañana, en la sede del partido Acción Democrática, que el problema conmigo ya había sido resuelto.

Fui despedido y la licencia de RCTV fue renovada por 20 años.

Dos días después de mi salida del periódico, mientras el presidente Lusinchi visitaba la redacción de El Diario de Caracas para celebrar su victoria y sonreído declaraba que “es pecado hablar mal del gobierno”, lo cual apareció al día siguiente como titular de primera página, yo confrontaba falsos cargos en un tribunal penal, donde el juez Cristóbal Ramírez Colmenares me informó, sin titubear y apuntando al techo con un dedo, que él necesariamente tenía que seguir “instrucciones de arriba”.

Decidí entonces emigrar a Estados Unidos y, poco después, habiendo el gobierno logrado lo que buscaba, se retiraron todos los cargos en mi contra.

Como todos ustedes saben, en mayo de este año se repitió la historia en Venezuela, pero con un final mucho más triste: Hugo Chávez no renovó la licencia de transmisión a Radio Caracas Televisión, canal que fue reemplazado por otra televisora más de propaganda gubernamental que, además, se apoderó de 130 millones de dólares en equipos y antenas de transmisión, sin pagar un centavo a los dueños.

Cuando no hay respeto por las libertades civiles ni los derechos de propiedad, surgen multimillonarios ganadores, mientras que los perdedores son aplastados, dependiendo de quién se ha ganado o comprado el apoyo oficial. Para ilustrar ese hecho y terminar con el triste caso de Radio Caracas Televisión, les cuento otra sorprendente coincidencia. Hace 20 años, Carlos Croes era el jefe de la Oficina Central de Información del presidente Lusinchi; es decir, su ministro de propaganda y censura. Hoy el Sr. Croes es vicepresidente de Información de Televen, uno de los canales privados de televisión que resultaron más beneficiados con el cierre de RCTV, empresa que a lo largo de 53 años fue el más exitoso medio publicitario venezolano.

Sí debo aclarar que no solamente Chávez y los presidentes de Acción de Democrática han sido enemigos de la libertad de prensa. El presidente copeyano Rafael Caldera me llamó públicamente “traidor a la patria”.

Un artículo mío publicado el 22 de julio de 1994 en el Wall Street Journal, relatando las fracasadas políticas estatistas del gobierno venezolano, causó la furia del entonces presidente Rafael Caldera, quien en un discurso al día siguiente, en la Décima Convención Nacional de Periodistas dijo: “A mi me duele profundamente cuando veo venezolanos que llegan a adquirir la posibilidad de escribir o informar para órganos de prensa internacional... diciendo que Venezuela va al desastre, eso es una traición a la patria, ese es un crimen contra Venezuela. Creen que por hacerle daño a un gobierno tienen derecho a presentar toda una serie de infamias. Y yo espero que algún día el tribunal disciplinario del Colegio Nacional de Periodistas le dé una sanción moral expulsando a esos criminales que usan las columnas de la prensa extranjera para denigrar de Venezuela, para presentar un panorama negativo de nuestro país”.

El presidente Caldera evidentemente ignoraba que en Estados Unidos no hay que ser miembro de ningún colegio de periodistas ni de ningún sindicato para escribir en la prensa, ya que la primera enmienda constitucional garantiza la libertad de expresión y de prensa.

En Venezuela y en muchos otros países latinoamericanos, la democracia que logramos tras la desaparición de las viejas dictaduras militares falló en garantizarnos el principal derecho humano: el derecho a ganarnos la vida en el trabajo de nuestra preferencia, para luego disfrutar libremente de la propiedad adquirida con nuestro propio esfuerzo.

El termómetro de nuestros recientes y actuales quebrantos estatistas, a la vez que el más confiable indicador del bienestar y crecimiento económico latinoamericano o, por el contrario, del aumento de la de corrupción, hambre y miseria es el grado de libertad de mercado que gozan nuestros países. Es decir, el nivel o cantidad de trabas burocráticas, permisos, aranceles, licencias, autorizaciones, cuotas, regulaciones, concesiones, franquicias, colegiaturas, sindicatos únicos y demás artificios con los que funcionarios públicos discriminan en contra del pueblo, impidiendo el libre acceso tanto al trabajo como al mercado y despojando a la gente de su más importante derecho civil, el de ganarse la vida haciendo lo que más les gusta, lo cual suele también ser lo que mejor hacen.

En nombre de la justicia social, el gobierno venezolano anunció hace pocos días que se va a imponer por decreto una ley de Estabilidad en el Trabajo, bajo la cual nadie podrá ser despedido, trasladado de cargo o desmejorado en sus condiciones, sin la previa autorización del gobierno. Esta nueva normativa reemplazará la inamovilidad general que ha estado vigente desde el año 2003.

Con razón, la semana pasada el director ejecutivo de la Cámara de Comercio Colombo-Americana declaró a Reuters que “Chávez ha sido un gran promotor de la inversión extranjera en Colombia”, refiriéndose al traslado de Caracas a Bogotá de las sedes de varias empresas norteamericanas que temen las consecuencias del manifiesto colapso del Estado de Derecho en Venezuela.

El triste resultado del extremismo intervencionista lo muestran claramente las estadísticas de la Confederación Venezolana de Industriales: de 11.000 industrias que existían en Venezuela en 1998, quedan menos de 7.000 y el número de empleos perdidos en el sector industrial, en los últimos diez años, pasa de 500.000.

Por su parte, las estadísticas del gobierno muestran más bien una disminución del desempleo debido a que el número de empleados públicos ha aumentado 45% bajo la presidencia de Hugo Chávez. Sin embargo, más de la mitad de los trabajadores venezolanos forman hoy parte de la economía informal.

La avanzada socialista siempre enarbola la bandera de la “justicia social”, cuya popularidad se debe en parte a que no tiene una definición clara y precisa. Cada político la define según conviene en el momento, para lograr apoyo a su proyecto de ley o la regulación de alguna actividad.

La expresión “justicia social” fue por vez primera utilizada por un sacerdote siciliano, Luigi Taparelli, en 1840 y pronto se la apropiaron las élites intelectuales que aspiraban conducir el mundo a la utopía del “socialismo científico”, donde la razón y mentes privilegiadas regirían el universo. Ellos sabían mejor lo que a la plebe ignorante realmente convenía. Así, la “justicia social” desde temprano estuvo ligada a la economía dirigida y planificada. Según los políticos en ejercicio, el individuo importa poco vis-a-vis el bien común.

Al comienzo había mucho de buenas intenciones en el concepto de “justicia social”, como por ejemplo que la gente acomodada ayudara a través de fundaciones caritativas privadas a colegios y hospitales, como también a la adaptación de campesinos a los nuevos centros industriales. Pero el profesor Hayek fue uno de los primeros en denunciar la “justicia social” cuando esta dejó de ser una virtuosa y bondadosa decisión espontánea y personal de ayudar al prójimo para convertirse en imposiciones -desde las alturas del poder- de un abstracto y manipulable ideal.

Se creó así una falsa imagen de la gente común como víctimas, ya que al haber víctimas tiene que existir un victimario.

El filósofo polaco Leszek Kolakowski, en su historia del comunismo, escribió que el paradigma fundamental de esa ideología estaría para siempre garantizado porque tu sufrimiento es causado por opresores y las cosas malas que te suceden no son culpa tuya sino de los ricos de tu país, o peor aún, de los ricos de ultramar. Claro, el remedio comunista, nazi y fascista para acabar con la injusticia social condujo a hambrunas, campos de concentración y cientos de millones de muertos, resultados infinitamente peores que el mal fantasmagórico inventado por intelectuales como excusa para detentar el poder.

En el tercer volumen de su obra titulada “Principales corrientes del marxismo” (publicado en 1978), Kolakowski escribe que “el marxismo actualmente ni interpreta ni cambia al mundo: es meramente un repertorio de consignas que sirven para organizar variados intereses”.

Según Hayek: “Una de las grandes debilidades de nuestro tiempo es que no tenemos la paciencia ni la fe para crear organizaciones voluntarias con los fines que valoramos, sino que de inmediato le pedimos al gobierno que utilice la coerción (o fondos sustraídos coactivamente) para cualquier cosa que parezca deseable para muchos. Sin embargo, nada tiene peor efecto sobre la participación ciudadana que cuando el gobierno, en lugar de ofrecer meramente la estructura esencial para el crecimiento espontáneo, se vuelve monolítico y se encarga de todas las necesidades, las cuales en realidad pueden sólo ser satisfechas por el esfuerzo común de muchos”.

Para Hayek, la justicia es siempre individual y “nada ha destruido más nuestras garantías constitucionales de libertad individual que el intento de alcanzar el espejismo de la justicia social”. El mercado premia a quienes mejor satisfacen los requerimientos y necesidades de los consumidores y manipular los premios significa fomentar la ineficiencia y la pobreza misma. Ya vimos con horror los logros de Stalin, Mao y Castro bajo el lema marxista “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”.

Hoy es políticamente incorrecto mencionar una triste realidad, que las dictaduras militares del pasado --a pesar de haber hecho mucho daño-- a menudo tuvieron la ventaja de que los gobernantes de aquella época se contentaban con ejercer el poder político con mano dura, mientras que permitían amplia libertad económica a la ciudadanía. Algunos amigos del palacio presidencial disfrutaban, desde luego, de la concesión de ciertos y determinados monopolios y oligopolios, pero predominaba la libre competencia, importaciones sin cuotas ni aranceles y, sobre todo, un creciente flujo de inversiones extranjeras, lo cual no solamente mejoraba los niveles de salarios, sino que fomentaba la creación de una fuerza laboral calificada y productiva, que no aspiraba a vivir de las dádivas de los políticos, sino del sudor de su frente.

A fines de los años 50 había más inversión norteamericana en Venezuela que en todo el resto de América Latina. Y pienso que la mejor universidad que por muchos años tuvimos los venezolanos fue la Creole Petroleum Corporation, subsidiaria de la Standard Oil. Técnicos y administradores que escalaban posiciones en la Creole solían recibir las más atractivas ofertas de trabajo de parte de empresarios criollos que querían asegurarse de contar con gerentes y administradores competentes en sus empresas. Esa concentración del talento en la industria petrolera fue una de las razones del éxito petrolero venezolano, pero el lanzamiento del cartel de la OPEP y la politización de nuestra principal industria pronto comenzaría a cambiar el panorama económico nacional.
Es importante recordar que la fundación de la OPEP, el 17 de septiembre de 1960, fue idea del entonces ministro venezolano de Minas e Hidrocarburos, Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien convenció a cuatro mandatarios del Medio Oriente a formar un cartel para asegurar así altos ingresos para los países productores de petróleo. En 1960, las exportaciones petroleras de Venezuela representaban 60% del comercio petrolero internacional, mientras que los países árabes exportaban a unas pocas naciones europeas.

En 1974, el presidente Carlos Andrés Pérez, quien había sido ministro del Interior de Rómulo Betancourt, procedió a estatizar la industria petrolera. Allí está la prueba de que la nueva clase política venezolana que surgió a raíz de la caída del régimen dictatorial del general Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, no se contentaría con ejercer el poder político, sino que también ambicionaba el poder económico.

En 1961, el presidente Rómulo Betancourt anunció que no se otorgarían nuevas concesiones a las empresas petroleras extranjeras y éstas, lógicamente, comenzaron a repatriar sus capitales y a buscar otras áreas de exploración. Esto causó una gran presión sobre el bolívar, el cual sufrió entonces su primera devaluación del siglo XX.

Uno de los pilares fundamentales de toda economía floreciente es la solidez de su moneda. El bolívar venezolano, hoy convertido en miserable “chavito”, mantuvo su valor de un gramo de oro a lo largo de 82 años, desde 1879 hasta 1961. Desde entonces, el valor oficial del bolívar con respecto al dólar ha caído 63.500% y su poder adquisitivo en más del doble de eso. Este es el verdadero termómetro del robo perpetrado por los gobernantes al pueblo venezolano. Y, como sabemos, los más afectados por la inflación no son los ricos con propiedades inmobiliarias y cuentas en dólares en el exterior, sino los más pobres que ven desaparecer sus pequeños ahorros.

Para financiar los crecientes gastos del estado, la clase política latinoamericana suele preferir la inflación al aumento de impuestos. Esta no tiene que ser aprobada por ninguna legislatura y afecta menos a los amigos del palacio presidencial. Lo que sí se requiere es la politización del Banco Central, lo cual en el caso venezolano ocurrió a mediados de los años 70, bajo el presidente Carlos Andrés Pérez. Desde entonces, el Banco Central de Venezuela ha sido utilizado para ganar elecciones imprimiendo billetes y la serie de frecuentes devaluaciones del bolívar fue comenzada por el presidente socialcristiano Luis Herrera Campins en 1983.

En la década de los años 50, la inflación en Venezuela era inferior a la de Estados Unidos. Por el contrario, en apenas el primer semestre de 1996, la inflación venezolana superó a la que habíamos experimentado a lo largo de 27 años, desde 1946 a 1973. Sin embargo, debo reconocer que los gobernantes venezolanos no han sido los más ladrones de América Latina. El Che Guevara, al ser nombrado presidente del Banco Central de Cuba por Fidel Castro en 1959, procedió a borrarle dos ceros al peso cubano y en Argentina le borraron 17 ceros a la moneda entre 1971 y 1991.

El tercer pié del trípode en que se apoyaría “el socialismo del siglo XXI” de Hugo Chávez fue la politización del sistema judicial. El general Marcos Pérez Jiménez tuvo un honorable ministro de Justicia, Luis Felipe Urbaneja, quien creó un sistema judicial regido por jueces honrados e imparciales. En el campo político se cometieron detestables injusticias durante la dictadura militar, pero eso no ocurría en los tribunales.

En 1968, el partido Acción Democrática perdió las elecciones presidenciales, pero mantuvo una mayoría en el Congreso, la cual utilizó para ponerle la mano al sistema judicial, a través de una ley que convertía el nombramiento de jueces en una función de los resultados electorales. Así se enterró en Venezuela el Estado de Derecho y la igualdad ante la ley, se politizó y se corrompió al sistema judicial, con el nombramiento de jueces según su afiliación política y en proporciones que reflejaran los resultados electorales.

La consecuencia casi inmediata de ese cambio en la selección de los jueces fue la compra y venta de sentencias. La gente influyente y los conocedores del medio sabían a cuáles abogados acudir en caso de cualquier problema legal, mientras que los venezolanos pobres languidecían en las cárceles por años sin ir a juicio. Según distinguidos abogados caraqueños, ya en los años 90 una orden de detención en las cárceles de Caracas podía equivaler a una virtual condena a muerte.

Es comprensible el culto a la democracia en una región del mundo que desde los tiempos de la independencia sufrió frecuentes y crueles dictaduras, pero como solía decir mi fallecido amigo, el brillante economista inglés Arthur Seldon: “no basta con implantar la democracia política. El mercado garantiza mejor la libertad de los ciudadanos”.

La realidad es que la libertad económica suele conducir a la libertad política, como sucedió en Chile, pero la libertad política no conduce necesariamente a la libertad económica, como vemos en el triste caso venezolano y de muchas otras naciones del hemisferio.

No hay duda de que los ciudadanos disfrutamos de nuestra libertad política en importantes pero contadas ocasiones, al elegir a nuestros alcaldes, congresistas y presidentes cada cierto número de años, pero la libertad económica la ejercemos en infinidad de ocasiones todos los días de nuestras vidas.

La incongruencia de la filosofía política que prevalece en gran parte de América Latina es que nosotros, los ciudadanos, tenemos el derecho y estamos capacitados para elegir a los gobernantes y legisladores, pero ellos, una vez encargados del poder, son quienes determinan lo que podemos hacer o no con nuestras vidas y con nuestra propiedad, por lo que con inusitada frecuencia utilizan la excusa del bien común para aplastar nuestros derechos civiles y nuestra libertad individual.

Pienso que la principal razón por la cual nuestro hemisferio no avanza hacia la prosperidad económica que están alcanzando muchos países de otros continentes, que solían ser mucho más pobres, se debe a que nuestros políticos y gobernantes no creen en gobiernos limitados. Como claramente lo expresaron hace más de dos siglos los próceres fundadores de Estados Unidos, la razón de ser del gobierno es la defensa de los derechos del ciudadano a la vida, a la propiedad y a la búsqueda de su felicidad.

Los países ricos quizás se pueden hoy dar el lujo de irrespetar tales principios fundamentales, aunque hasta los políticos franceses se están dando cuenta que cuando el gasto del estado de bienestar alcanza 54% de Producto Interno Bruto, desaparece el crecimiento económico y la gente joven emigra o vive de la caridad pública porque no consigue empleo, a pesar de la políticamente atractiva jornada laboral francesa de 35 horas a la semana.

En ese sentido, algunos de los tradicionales enemigos del verdadero bienestar latinoamericano forman parte, desde hace décadas, de las burocracias de las Naciones Unidas y demás organismos internacionales. Tales voces se unen a las de reciclados burócratas latinoamericanos que antes imponían sus fracasadas ideas dirigistas en sus países de origen, mientras que hoy lo hacen desde envidiables cargos libres de impuestos y desde elegantes oficinas en Nueva York, Washington, Ginebra, París o Bruselas. La repetitiva fórmula suele ser más créditos a los gobiernos, más leyes, más regulaciones y más conferencias en los más deliciosos hoteles del mundo, donde discutir y negociar una más detallada planificación económica.

Ellos también se empeñan en tratar de imponernos las bonitas reglas de los países desarrollados, pero si estas mismas hubieran estado vigentes hace 100 o 200 años habrían logrado paralizar o destruir la Revolución Industrial, impidiendo la transición de economías agrícolas pobres a desarrolladas economías industrializadas y que hoy en día avanzan hacia economías basadas en los servicios.

Lamentablemente, la cultura latinoamericana del siglo XXI es anticapitalista porque la población ha sido convencida por nuestros locuaces políticos que el capitalismo promueve la desigualdad, mientras que sus bien intencionadas políticas públicas dirigistas y socialistas son capaces de reducir la pobreza, a través de más programas sociales y mayor redistribución de la riqueza.

Los tradicionales partidos políticos venezolanos, Acción Democrática y Copei, que antes se alternaban el poder, solían dedicarse a concentrar en sus manos el poder político y económico, dejándole prácticamente mano libre a la extrema izquierda en el campo educacional.
La sanguinaria guerrilla castrista fue derrotada militarmente en Venezuela hace años, pero muchos de sus líderes -con vista al largo plazo- se dedicaron desde entonces a cambiar la manera de pensar de la juventud, prestándoles especial atención a los jóvenes oficiales.

La educación pública promueve la idea de que la libertad es un valor perfectamente divisible y que lo importante es la libertad política, mientras que la libertad económica es algo que desean solamente los ricos y los empresarios para que los bondadosos funcionarios públicos se vean imposibilitados de proteger al pueblo.

Hoy es grato ver que los estudiantes universitarios en Venezuela son los abanderados en reclamar la libertad de expresión y de manifestar ardorosamente en contra de políticas y atropellos del gobierno, pero por varias décadas la educación primaria, media y universitaria estuvo básicamente regida por intelectuales de izquierda, quienes firmemente creen que el futuro de la nación depende de una cada vez mayor concentración del poder político y económico en manos de sus clarividentes líderes, de una ingeniería social impuesta por quienes sí saben lo que más conviene a las masas, mientras sienten un profundo desprecio por los conceptos de libertad individual, igualdad ante la ley, propiedad privada y el libre mercado.

En nuestros colegios y universidades se suele enseñar sobre las injusticias sociales ocurridas durante la Revolución Industrial, que fue justamente la primera vez en la historia universal cuando el ingreso per cápita comenzó a aumentar significativamente y cuando el nivel de vida de los obreros comenzaba a ser muy superior al de los trabajadores del campo. Esa curva ascendente del ingreso per cápita se hacía más perceptible en la medida que aumentaba el capital invertido, creciendo asimismo tanto la productividad como la demanda y, en consecuencia, los salarios y el bienestar de los trabajadores.

A mediano y largo plazo, la única manera de aumentar los salarios reales es a través de incrementos en la productividad de la mano de obra, lo cual se logra solamente con entrenamiento y mayores inversiones en maquinarias y equipos.

Ante el crecimiento de la demanda, el empresario evalúa constantemente si conviene más aumentar el número de trabajadores o invertir en maquinaria más sofisticadas. Si luego baja la demanda, la maquinaria puede ser utilizada por menos horas, mientras que en muchos países se dificulta o se hace inmensamente costoso despedir a un trabajador. Eso pareciera beneficiar a la clase obrera, pero bajo tales condiciones se crean muchos menos empleos porque los empresarios prefieren invertir en equipos y contratar menos personal.

Otra parte de esa tragedia es que las leyes laborales socialistas en la práctica imponen un matrimonio obligado entre patronos y los trabajadores, quienes entonces no saltan a mejores puestos en industrias emergentes y con gran futuro porque no quieren perder sus prestaciones y beneficios acumulados.

La globalización ha disparado el concepto de la “destrucción creativa” enunciado por Schumpeter en 1912, en la medida que las innovaciones que surgen de todas partes del mundo convierten en obsoletos, de la noche al día, a los inventarios, las ideas, las técnicas y los equipos. Si a esto le agregamos la inflexibilidad de perjudiciales leyes laborales, tenemos el fracaso asegurado.

Sin embargo, en América Latina seguimos bajo demagógicas leyes laborales que imponen altas indemnizaciones y demás beneficios contractuales, sean estos económicamente viables o no, a la vez que multiplican las regulaciones que aumentan los costos de operación, reducen la rentabilidad, incrementan la corrupción, disparan el crecimiento del sector informal, aumentan la disparidad de ingresos y ahuyentan nuevas inversiones. Esa es realmente la fórmula segura para el fracaso.

El éxito futuro depende del libre funcionamiento del mercado, a través de la oferta y la demanda, que permite el flujo de la indispensable información aportada por precios libres, que a su vez permite la óptima utilización de limitados recursos. Y al entonces concentrarnos en lo que comparativamente podemos producir más eficientemente, importando todo lo demás, avanzaríamos rápidamente hacia una mucho mayor y más generalizada prosperidad.

El mundo socialista y planificado es altamente retrógrado y conservador, en el sentido que le cierran la puerta a las innovaciones que, por definición, no pueden formar parte de un plan centralizado.

Nuestras constituciones socialistas han jugado un importante y negativo papel en América Latina. Aunque comenzamos la vida independiente bajo constituciones bastante parecidas a la de Estados Unidos, la cual, como dije antes, fue principalmente redactada para proteger al ciudadano de los abusos de los gobernantes, nuestras constituciones han sido reemplazadas por otras, crecientemente demagógicas y convertidas en verdaderas piñatas que supuestamente nos garantizan todos los derechos sociales imaginables. Eso en parte se debe a que son redactadas por políticos que jamás tuvieron la experiencia de verse obligados a sobrevivir en un mercado competitivo ni darle el frente al pago de una nómina salarial.

En 1961, la nueva constitución venezolana de corte claramente socialista introdujo una gran cantidad de los llamados “derechos sociales”, tales como el derecho al trabajo, a la atención médica, a la vivienda, a salarios “justos”, etc. El Artículo 99 describía la “función social” de la propiedad, mientras que los pocos artículos referentes a la libertad económica fueron suspendidos durante los siguientes 30 años de la vigencia de esa constitución.

De hecho, todas las constituciones venezolanas desde la de 1936 permiten la suspensión de derechos y garantías constitucionales en caso de “emergencia nacional”, por lo que no nos debe extrañar que nuestros gobernantes se acostumbraran a mantenernos en medio de alguna emergencia nacional para gobernar por decreto.

Otro frecuente problema constitucional latinoamericano es que cumplir con la letra de nuestras constituciones suele implicar una irremediable quiebra del Estado. Entonces, una importantísima función de los gobernantes y burócratas es decidir cómo repartir los premios y castigos entre diferentes grupos: sindicatos, la burocracia, los sin techo, campesinos, indígenas, ambientalistas, empresarios, dueños de medios de comunicación, banqueros, etc.

En Venezuela vamos por la constitución número 26, la cual está en proceso de ser cambiada por otra aún más socialista y que le permita a Chávez reelegirse de por vida, destruyendo definitivamente todo vestigio de equilibrio entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Los presidentes de Ecuador y Bolivia imitan a Chávez, quien a su vez avanza precipitadamente por el camino del miserablemente fracasado “socialismo o muerte” trazado por Fidel Castro en Cuba hace ya casi medio siglo.

Los salarios mínimos y las excesivas regulaciones producen desempleo y fomentan la informalidad; los altos impuestos del estado bienestar impiden el ahorro, mientras que los servicios públicos recibidos a cambio suelen ser deficientes; los controles de precios producen escasez; la politización del sistema monetario empobrece a la ciudadanía entera y fomenta la huída de capitales, mientras que la redistribución de la riqueza ha sido el mayor de los fraudes porque sólo los políticos y sus amigos se han beneficiado.

Nuestra clase política y nuestros intelectuales suelen culpar a Estados Unidos de los males que afectan a América Latina. Desde el fin de la Segunda Guerra hasta los años 80 prevaleció en gran parte de América Latina la llamada teoría de la dependencia promovida por la CEPAL y, especialmente, por su director desde 1948 hasta 1962, el economista argentino Raúl Presbich. Fue un abanderado del proteccionismo que definía al intercambio comercial como la explotación de los países pobres por parte de los países ricos, que nos exportaban productos manufacturados caros a cambio de materias primas baratas.

El supuesto remedio fue la sustitución de importaciones a través de la imposición de permisos, licencias de importación, altos aranceles y cuotas para proteger a la industria nacional que recibía abundante y barato financiamiento de los bancos estatales.

Claro que sin competencia extranjera, el mercado nacional tiende a la concentración y a los monopolios. Así vimos aparecer a millonarios mercantilistas que rápidamente se dieron cuenta que es mucho más fácil y remunerador convencer a un ministro o a unos pocos funcionarios encargados de fijar precios y repartir subsidios que a cientos de miles de consumidores empeñados en obtener óptima calidad a precios bajos.
Lo que trato de decir es que entre los peores enemigos del capitalismo en América Latina sobresalen nuestros pseudocapitalistas mercantilistas.

En los años 70 surgieron en Venezuela los llamados “12 apóstoles” del presidente Carlos Andrés Pérez, empresarios que gozaron de inmensos privilegios y jugosos monopolios. Su increíble habilidad se comprueba todavía hoy al ver a uno que otro de ellos enchufado con Hugo Chávez, por lo que un conocido escritor y editor venezolano afirma que “los 12 apóstoles de Carlos Andrés Pérez se han convertido en 40 ladrones de Hugo Chávez”.

En el caso venezolano, pienso que varios de los peores ministros de Hacienda y Fomento que tuvimos en los años 70 y 80 fueron altos ejecutivos de importantes grupos empresariales que utilizaban descaradamente sus cargos para beneficiar a sus socios y jefes, quienes gozaron de privilegios especiales en la asignación de dólares durante el control de cambio, licencias de importación, subsidios y créditos baratos de los bancos estatales y de la Corporación Venezolana de Fomento.

Posteriormente, las llamadas políticas neoliberales de los años 90 frecuentemente le siguieron dando la espalda al libre mercado, desprestigiando la percepción del capitalismo en la mente del pueblo, ya que los monopolios y empresas estatales, que en México llegaron a ser más de 500, a menudo se convirtieron en monopolios y oligopolios privados que aunque mejoraron la calidad de bienes y servicios, también multiplicaron sus precios y tarifas, además de que procedieron a despedir a gran parte de la innecesaria burocracia de las viejas empresas del gobierno.

El símbolo del mercantilismo continental es probablemente el mexicano Carlos Slim. En abril, la revista Forbes colocó al Sr. Slim en el segundo lugar, entre la gente más rica del mundo, con una fortuna personal de más de 53 mil millones de dólares. Pero en junio, el medio financiero mexicano Sentido Común reportó que Slim había reemplazado a Bill Gates, como el hombre más rico del mundo, con 67 mil millones de dólares, agregando que Slim y su familia son dueños de “casi el 8% del producto interno bruto de México”.

Sobre lo que no hay duda es que los mexicanos pagan las tarifas telefónicas más altas del continente y de todos los 30 países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo, lo cual le permitió al grupo Telmex, a partir del año 2000, su agresiva adquisición de empresas telefónicas por casi toda América Latina.

El llamado neoliberalismo latinoamericano hizo bastante daño y causó mucha confusión, mientras que en Estados Unidos la izquierda ya se había apoderado desde hace mucho tiempo del término “liberal”, ilustre vocablo de origen castellano, que siempre fue el antónimo de “servil”.

La definición del verdadero liberalismo no ha cambiado mucho desde el siglo XVIII: el individuo es la fuente de sus propios valores morales; el libre intercambio entre individuos optimiza la eficiencia y la libertad; el mercado es un orden espontáneo para el mejor uso de escasos recursos; el libre intercambio entre naciones maximiza la riqueza a través de la división internacional del trabajo, al mismo tiempo que reduce las tensiones políticas y la intolerancia nacionalista; las funciones del gobierno son estrictamente limitadas a lo que los individuos no pueden hacer por sí mismos, en cuanto a la defensa nacional, a mantener un Estado de Derecho para la protección de las personas y de sus propiedades, garantizando el cumplimiento de contratos libremente acordados, con leyes claras y constantes, aplicables a todos por igual, además de la emisión de una moneda estable y confiable que estimule el ahorro y el esfuerzo individual.

Para evitar confusiones, los clásico-liberales de hoy se suelen llamar libertarios.

Creo firmemente que el impresionante crecimiento económico que están logrando varios países ex comunistas se debe a su rápido avance hacia ese ideal libertario. Le escuché decir a Mart Laar, exitoso primer ministro de Estonia durante dos períodos, lo complacido que se sentía de haber comprobado que “las ideas de Milton Friedman sí funcionan”. El Congreso chino reconoció este año el derecho de los ciudadanos a la propiedad privada y Albania acaba de establecer una tasa única del impuesto sobre la renta de 10%, tanto a las personas naturales como a las empresas, al comprobarse que la reducción y unificación de la tasa impositiva ha conducido en varios otros países a aumentar considerablemente la recaudación total. Eso se debe a dos razones: se reduce drásticamente la evasión y se multiplican las inversiones.

Por cierto que donde primero se instrumentó un impuesto de tasa única y pareja fue en Hong Kong, donde el ingreso per cápita equivalía en 1960 a 28% del de Gran Bretaña, pero para 1996 había aumentado a 136% del de Gran Bretaña, debido a las políticas de libre mercado instrumentadas por John Copperthwaite.

El despegue y éxito de la pequeña Estonia ha sido similarmente espectacular y su ex primer ministro Laar admite que él no es economista y que ha leído un solo libro de economía, “Libertad de elegir” de Milton Friedman, añadiendo “yo era tan ignorante que creía que los beneficios de la privatización, el impuesto de tasa única y la abolición de las barreras a las importaciones eran los resultados de reformas económicas practicadas en Occidente. Como eran de sentido común para mí, creía que habían sido instrumentadas en todas partes. Sencillamente las introduje en Estonia, a pesar de las advertencias de nuestros economistas de que no se podía hacer. Decían que era tan imposible como tratar de caminar sobre el agua. Lo hicimos y simplemente caminamos sobre el agua porque no sabíamos que era imposible”.

En América Latina tenemos el estupendo ejemplo chileno, una nación tradicionalmente pobre que al liberar la economía logró disparar un crecimiento sostenido. En ese nuevo Chile surgió la revolución mundial de las pensiones, bajo el liderazgo de José Piñera, que ya se ha extendido a 8 países latinoamericanos, donde más de 50 millones de trabajadores cuentan con más de 100.000 millones de dólares ahorrados en cuentas individuales. Asimismo, varios países ex comunistas han privatizado sus sistemas de jubilaciones y, en este campo, Colombia y varias otras naciones latinoamericanas están ya por delante de Estados Unidos.

Lamentablemente, el gobierno de Estados Unidos nunca se ha preocupado en vender las ventajas capitalistas de libre comercio y libertad de empresa en América Latina. Por el contrario, desde tiempos de la Alianza para el Progreso del presidente Kennedy, cualquier ayuda económica de Washington estaba sujeta a que los gobiernos latinoamericanos aumentaran los impuestos y a menudo trataban de imponernos reformas agrarias que ni siquiera Franklin Roosevelt consideró conveniente para su país.

En cualquier caso, miles de millones de dólares en ayuda extranjera no han cambiado nada en el mundo desde que comenzaron tales programas después de la Segunda Guerra. Como bien lo explicaba el más brillante economista del desarrollo, Peter Bauer: “El argumento que las donaciones externas son necesarias para el progreso de los países pobres confunde causa y efecto. Son los logros económicos los que producen activos y dinero; no son los activos y el dinero los que producen logros económicos…”

Ahora, en Estados Unidos se habla mucho de “nivelar el campo de juego”, con lo que algunos sindicatos y sectores industriales y agrícolas súper protegidos y poco competitivos aspiran seguir aprovechando actuales y futuras barreras a la importación. Nivelar el campo de juego en realidad significa aumentar el desempleo y la pobreza en América Latina.

Si Washington realmente creyera en las ventajas del capitalismo, el representante de Estados Unidos abriera las hasta ahora exageradamente largas y complejas negociaciones de los tratados bilaterales de libre comercio, diciendo lo siguiente: “Lo que claramente conviene más a los norteamericanos es poder comprar los mejores productos y servicios del mundo, al precio más bajo posible, por lo que procederemos a eliminar cualquier traba o barrera a la libre importación de productos y servicios provenientes de su país. Y en beneficio de su propia gente, les sugerimos, aunque en ningún momento le trataríamos de imponer, que ustedes hagan exactamente lo mismo. Entonces, finalizada la negociación, procedamos con el brindis”.

En América Latina, muchos de nuestros gobernantes y políticos siguen luchando contra enemigos imaginarios. Antes se culpaba al imperialismo yanqui que supuestamente nos obligaba a intercambiar materias primas baratas por productos manufacturados caros, hoy es la globalización, los subsidios agrícolas de los países ricos y las “asimetrías”.

En cuanto a los subsidios agrícolas, si estos, por ejemplo, permiten a latinoamericanos comprar pan más barato porque es elaborado con trigo subsidiado por los contribuyentes norteamericanos, ello debería ser más bien aplaudido y apoyado por quienes pretenden defender a los pobres de su país.

El tema de las asimetrías es todavía más absurdo. Equivale a decir que si un hombre rico, manejando su Rolls-Royce, se para en un semáforo y le compra una caja de chicles a un jovencito en alpargatas, se aprovecha y perjudica a ese muchachito.


Así como los dictadores del siglo XX nos decían que los latinoamericanos no estábamos listos para la democracia, los políticos de hoy insisten que no estamos listos para la libertad económica.

El problema latinoamericano es profundo y difícil de combatir porque las principales trabas al bienestar y a la prosperidad forman parte de nuestras instituciones: nuestros gobiernos, nuestras leyes y constituciones, nuestros sistemas judiciales politizados y una educación pública que a lo largo de varias generaciones ha deformado la manera de pensar de la ciudadanía. Lejos de promover la responsabilidad individual, la propaganda política en la educación pública enseña a los niños que el gobierno es el tío rico y bondadoso que siempre estará allí para ayudarles, cuidarlos y hacer posible su felicidad. El problema, claro está, es que el gobierno sólo puede darme a mí lo que antes le quitó a usted.


*Director de la agencia AIPE (www.aipenet.com) y académico asociado del Cato Institute.

¿Libres o esclavos?


Ignacio Delfino Piccolini*


¨ La constante experiencia demuestra que todos los hombres investidos de poder son capaces de abusar de él y de hacer valer su autoridad tanto como puedan ¨ Montesquieu, Spirit of the Laws, Hafner Library of Classics, New York 1949, I, p. 150.


Friedrich Hayek señalaba en una de sus obras, ¨Los Fundamentos de la libertad¨, que el hombre europeo entró en la historia dividido en libre y esclavo. El hombre libre tenía la posibilidad de actuar de acuerdo a sus propias decisiones y planes, en contraposición de aquel que se encontraba irrevocablemente sujeto a la voluntad de otro que de forma arbitraria podría coaccionarle para que actuase o no de manera específica. El devenir histórico nos ha enseñado que el hombre fue libre siempre que tuvo la posibilidad de ordenar sus vías de acción según sus propias intenciones y no la de otros. Para ello se dieron circunstancias puntuales en las que los otros no podían o no querían interferir. Los pensadores morales escoceses, David Hume, Adam Smith y Adam Ferguson argumentaban con gran solidez que la esencia de la libertad radicaba en la espontaneidad y en la ausencia de coacción. Aunque solemos percibir que los resultados finales de la historia llevan demasiado tiempo en plasmarse, estos finalmente se imponen. Son las instituciones y las tradiciones exitosas las que finalmente se adoptan y permanecen vivas. La esclavitud muere porque la libertad se impone a ella y la vida deja de ser un medio para convertirse en un fin en sí misma. Los totalitarismos tienden a extinguirse porque triunfan sobre ellos las democracias liberales, regímenes políticos en los que se vive mejor. El comunismo y las economías centralmente planificadas se derrumban porque no son los regímenes políticos y económicos idóneos a través de los cuales el hombre puede alcanzar sus metas, en cambio sí lo es el capitalismo que permite que las conductas humanas creen valor y lleven a cabo el cálculo económico en un contexto de continuo cambio, incertidumbre y escasez.

La acción del hombre siempre tendrá carácter especulativo debido a las circunstancias inciertas que conlleva hacer frente al futuro. Actuamos porque estamos descontentos o insatisfechos, lo hacemos para mejorar nuestra situación, eliminar nuestro malestar o al menos sustituir aquello que subjetivamente satisface menos por aquello que apetece más. Este es el objeto de nuestras acciones, el cambio en un contexto de escasez en el que transitamos y vivimos. Sin embargo esta libre pretensión de la sociedad civil está reñida y en perpetuo conflicto con la pretensión de los gobiernos, de los Estados que quieren sustituir, reemplazar y hasta erradicar este protagonismo de los individuos para imponer el suyo propio. Aún resuena la advertencia que Ludwig Von Mises hizo en ¨La Acción Humana¨: ¨Se pretende manejar los precios y los salarios, los tipos de interés y los beneficios y las pérdidas, como si su determinación no estuviera sujeta a ley alguna. Intentan los gobernantes imponer, mediante decretos, precios máximos a los bienes de consumo y topes mínimos a las retribuciones laborales. Exhortan a los hombres de negocios para que reduzcan sus beneficios, rebajen los precios y eleven los salarios, como si todo esto dependiera simplemente de la buena voluntad del sujeto. El más infantil mercantilismo se ha enseñoreado de las relaciones internacionales. Bien pocos advierten los errores que encierran las doctrinas en boga y se percatan del desastroso final que les espera.¨ No obstante, llegará el día, para bien de todos, en el que la discrecionalidad administrativa de los gobiernos y sus reglamentaciones se limitarán únicamente a la búsqueda del respeto de la propiedad privada, la vida de las personas y la libertad individual. Porque dicho proceder es el que mejor se adecua a la pacífica cooperación social fundada en la auténtica y sustantiva ley siempre regida por la prevalencia de las normas abstractas y generales.

Mientras que para John Locke la ley nace para que el hombre goce sin sobresaltos de su libertad y de sus propiedades, para Montesquieu la división de poderes nace para preservarlas. Sin embargo, a comienzo de este siglo XXI observamos que la ley concebida por Locke en el siglo XVII y la separación y división de poderes con sus frenos y contrapesos tal cual la entendían Montesquieu y Madison en el siglo XVIII han sido tergiversadas en sus fines al ser eclipsadas, desnaturalizadas y finalmente subyugadas por el poder ejecutivo o más bien por su abuso de poder. Ni las Constituciones ni los poderes legislativos y judiciales han servido de eficaz contrapeso a tal avasallamiento. Sólo en unas pocas naciones desarrolladas se puede constatar cierta resistencia a esta tendencia universal ya muy extendida. Sin embargo, esta resistencia es tenue, sólo se percibe por contraste al comparar dichos regímenes con aquellos otros en los que se ha producido un deterioro institucional notable. Argentina y más aún Venezuela son ejemplos actuales de tal degradación institucional que conlleva un creciente y generalizado empeoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos siempre que las intervenciones de gobierno interfieren en sus planes, confiscan los frutos de su trabajo y propiedades y menoscaban o minan el cumplimiento de sus contratos.

Las situaciones en las que se manifiesta la no aplicación del principio de limitación efectiva de los poderes son muy variadas y numerosas. Por ejemplo, en la mayor parte de los Estados modernos aquella prensa crítica que guarda importantes márgenes de independencia respecto al gobierno resulta ser más efectiva como contralor de los actos de Gobierno que el propio Parlamento. De hecho una vez ventilado públicamente un acto de corrupción administrativa gracias a las investigaciones llevadas a cabo por los medios de comunicación, los diputados, siempre tan previsibles, suelen constituir una comisión de investigación especial parlamentaria, a modo de instancia judicial, con las comparecencias e indagatorias oportunas a efectos de hallar los responsables de tales escándalos. Los resultados que vuelcan tales comisiones parlamentarias suelen ser poco eficaces cuando no dudosos e inciertos pues las responsabilidades se terminan difuminando debido a la alta ¨ politización ¨ que conlleva el caso tratado.

Los responsables de los poderes ejecutivos son conscientes de que su gobernabilidad y supervivencia dependen de que los ciudadanos mantengan ciertos niveles de prosperidad y ello se consigue irremediablemente con mayor libertad económica y la afluencia de inversiones extranjeras dada la configuración que ha adoptado la economía mundial actual. En este sentido podemos ser algo más optimistas sobre la realización a escala planetaria de un plan más o menos liberal de gobierno fundado en el respeto de los derechos de propiedad y las libertades civiles. Las empresas buscarán invertir en contextos económicos con una fiscalidad más favorable, costes laborales más bajos, escasa regulación sobre las actividades empresariales y marcos legales y burocracia judicial garantes del cumplimiento de los contratos y la ejecución efectiva de las obligaciones contraídas. En estos tiempos que corren, de poco sirven las visitas de las autoridades de gobierno a países extranjeros con el objeto de atraer inversión pues son los factores arriba mencionados los que realmente deciden la domiciliación de una sociedad empresarial en una u otra nación, región o jurisdicción. Los líderes de gobierno no suelen representar incentivos para la inversión, sino en muchos casos verdaderos obstáculos por tanto deberían esconder esa actitud pretenciosa que exhiben en sus discursos públicos frente a empresarios o en sus acciones de gobierno.

Desde una perspectiva histórica, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la humanidad jamás gozó de mayor libertad política y económica como en los tiempos actuales. Sin embargo esta afirmación tan esperanzadora choca con una tendencia nada alentadora pero igualmente indiscutible: el aumento en estos últimos cien años de la participación y proporción del gasto global de las administraciones públicas sobre sus productos nacionales. El ¨ Ogro Filantrópico ¨ de Octavio Paz necesita recursos cada vez más abundantes para ocuparse del bienestar del género humano, de su salud, educación, seguridad, pensiones, seguro de desempleo hasta suplantar la responsabilidad que le cabe al individuo ante sus propias decisiones y actos de la vida. El hombre es devorado diariamente por el Ogro Filantrópico que es el Estado paternalista en la medida en que decide su plan de vida, toma decisiones por él y asume la responsabilidad que confiere la propia acción humana. Al fin y al cabo estamos asistiendo en primer lugar a la desconfianza que profesa un inmenso número de gobernantes y gobernados sobre el individuo como principal responsable de tomar decisiones y dar respuesta a los dilemas que sólo a él le competen y en segundo lugar observamos una continua búsqueda de rentas por parte de grupos de interés convenientemente organizados, cohesionados y funcionales al sostenimiento y pervivencia de los poderes gubernamentales de turno.

* Investigador Asociado de la Fundación Atlas, residente en Madrid, España. Es Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad del Salvador y Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense.

Glucolines de PDVSA

por Oberdán Rocamora*


El Gordo clave, Antonini Wilson, el eventual lobbysta de Cojedes, es, apenas, un Adelantado. Una especie de Pedro de Mendoza, pero de la marroquinería política bolivariana.En su condición de Adelantado, como su nombre lo indica, es de los que llegan antes. Con la valija cargada de glucolines verdes. Hacia los lugares donde Chávez acude, para peregrinar su enfático bolivarianismo.
Conste que, en el aeropuerto de Maiquetía, en Caracas, el Gordo Antonini Wilson, de tan adelantado, se le adelantó hasta al responsable del alquiler carísimo del avión.El hombre que ve pasar las valijas, a su alrededor. Exequiel Espinoza, el titular de Enarsa.La empresa estatal que el gobernador Romero, en un rapto de lucidez, bautizó “En Farsa”.Aquel viernes, los pasajeros llegaban, al Cessna rentado de En Farsa, separadamente. Desde distintas procedencias. Por ejemplo Espinoza llegaba, según nuestras fuentes, con deseos de viajar cómodo. De ser posible, despatarrado. Si en el primoroso aparato de la Royal Class sobraba el lugar.
La Vicky
Habían llegado tres patriotas. Claudio Uberti, el inflamado prócer superior, que siempre solía pasarlo, al prócer Espinoza, al cuarto. Completaba el plantel La Vicky, la atractiva secretaria de Uberti. Con su aspecto de Niña de Ayohuma, aunque maltratada, en la actualidad, por ciertos rumores sin fundamentación.Digámoslo con contundencia: La Vicky no es mina del Presi.Victoria Beneziuk, como secretaria, completaba la imagen que transmitía. Le servía. Eficaz, y acotadamente seductora. Una dama ideal para ser exhibida ante los influyentes venezolanos. Los que aspiraban, abiertamente, a avanzarla.Gargantas Profundas de Caracas nos confirman que La Vicky era pretendida, sin ir más lejos, por un personaje fundamental en esta historia. Protagonista clave de las investigaciones del Padre Palmar. Gravitante, en el esquema bolivarianista, como Chávez, aunque con los instintos de otra íntima orientación. Rafael Ramírez, el poderoso que buscaba cualquier pretexto para hablar, directamente, con La Vicky. Y sin pasar por la fiscalización de Uberti, al que trataba, como correspondía, como un mero subordinado. Ramírez le ofrecía, según las Gargantas creíbles, a La Vicky, que se instalara, ventajosamente, en Venezuela. Como un primario usurpador de secretarias.
Dinero Negro
Trátase -Rafael Ramírez Carreño- del Ministro de Energía y Petróleo. Presidente, aparte, de PDVSA, la empresa petrolera nacional. La fuente principal de los glucolines. Del dinero negro, que adquiere una oscuridad más intensa, aún, que el color del petróleo.Corruptela de miles de millones de dólares, denuncia el Padre Palmar, desde Reporte de la Economía.Glucolines que Chávez suele distribuir, entre el selectivo pordioserismo del universo.Así sean los desposeídos perennes del Perú, estimulados para ayudar a Ollanta. O del Ecuador. O los tantos Sin Tierra de Brasil. O el conglomerado activo de los traficantes de miserables de la Argentina.Glucolines que subsidian, además, a ciertos grupos de alucinados que aspiran a la redención social.Entonces dista de tratarse de una vulgar intromisión. Es peor. Porque los Adelantados pasan, a las cómplices autoridades locales, como si fueran meras rayas de cal. Pasto seco.De todos modos, entre tanto subsidio bolivariano de extorsión solidaria, suele ser ostensiblemente notoria la diferencia. Entre lo que sale de las arcas de tinieblas de PDVSA, y lo que llega a las bocas, especulativamente mantenidas, de recepción.Significativos porcentajes de los glucolines se diluyen, según nuestras fuentes, en el camino.Ocurre que la corrupción en la materia es, descaradamente, orgiástica.Sepa disculpar, Padre Palmar, la pecaminosa metáfora.
Charreteras
Para clarificar, aunque En Farsa haya contratado el avión, Espinoza mandaba, en la comitiva, menos que Uberti, el funcionario menor de los Peajes.Hasta su caída, por esta descuidada estupidez, Claudio Uberti portaba mayores charreteras.En realidad, venía obnubilado por la magnitud del crecimiento. Se había independizado, en cierto modo, de la tutela del protagónico ministro De Vido. El exclusivo destinatario, admisiblemente habilitado, para las sospechas. Carne, como Jaime, de una providencial diputación.Los sorprendidos divulgadores de la prensa tradicional aún insisten en que Uberti, hasta la valija del Adelantado, era la mano derecha de De Vido. Sin embargo, desde hace un año, Uberti se había transformado en un par. Mantenía tanta autonomía de vuelo propio como el Cessna. Y se jactaba del tendido de la línea directa, con “El Presi”. Sin la irritación de los intermediarios.Como asegura un banquero siempre encolumnado, que conoce rigurosamente las tropelías del poder:“A Uberti le quedaba grande la camiseta que le puso Kirchner. Lo mantenía a 250 por hora. Y el pobre no daba para más de 100, a lo sumo 120″.Entonces, por conocer las reglas, Espinoza se reportaba a las arrogantes charreteras de Uberti.Y por las mismas reglas tácitas, Uberti se reportaba, asimismo, a determinados venezolanos.Si Chávez llevaba 500 millones de dólares, hacia la Argentina tan alquilada como el Cessna, para comprar los especulativos bonos. Inimaginable que pudieran resistirse al más nimio pedido. En realidad, a la instrucción. O mejor, a la orden, de llevar, de favor, otros pasajeros. Aunque les encajaran cinco. Y aunque cargaran glucolines para subsidiar, con lo que llegara, a los adheridos que no tenían, por las mismas reglas del juego, por qué conocer.
Vueltos
Para los negocios que maneja Uberti, por habilitación de Kirchner, los 800 mil dólares que transportaba El Adelantado representan, en todo caso, un vuelto.Es, en cierto modo, grotesco, que pasen por alto la sucesión de operaciones en las que Uberti participó. Y que pierda, en el fondo, por comerse un indigerible garrón.Tanto cuidar que no trascendieran los detalles rosarinos de su biografía, para incinerarse, al final, por una falla, para la estética de la marroquinería, inadmisible.De todos modos, es improbable que Uberti pueda alegar desconocimiento de los vueltos.A esta altura, Uberti sabe, de memoria, lo que trasladan los expansivos adelantados. Aunque no portaban camisas tan estruendosas como el Gordo Antonini Wilson.Glucolines de PDVSA que llegan, mensualmente, a veces con algún atraso, hacia los distintos destinos. Procedentes de Caracas, o de los países satélites, como Cuba y Bolivia. Hacia los países de alquiler, como la Argentina.Glucolines similares a los que llegaron para financiar aquella Contracumbre de Mar del Plata. Para ser exactos, fueron 700 mil dólares, los que debieron llegar en otro avioncito, pero vía La Habana, y con el amparo de cierto referente identificado. Y de un dirigente -digamos- social. Para aquel nefasto acontecimiento, no hizo falta el envío de ningún Adelantado. Pero tampoco pudieron contarse, con exactitud, los glucolines. Porque llegaron, confirman las gargantas, menos de 500 mil. Se registró cierto resquemor ideológicamente contable. Por lo tanto, los dirigentes sugeridos no pudieron asomar por la posterior cumbre de Córdoba. Cuando habló Fidel Castro, por definitiva vez.
Arcos desguarnecidos
Para decirlo con claridad, los glucolines de los negocios binacionales no suelen llegar de este modo tan precario. Hay más seguridades, sin arcos desguarnecidos. Así sólo viene el grosero efectivo. El cambio chico, para financiar, con billetes de cincuenta dólares, la baratísima base política que supo consolidar el bolivariano. En la Argentina, país de alquiler.Contribuciones, no precisamente desinteresadas, para determinada organización sindicalmente adicta.Para distintas Federaciones de Pordioseros que se movilizan, tan sustanciales para el proyecto político continental. Y dominar la calle.Para proyectos específicos de ciertos abnegados traficantes del humanitarismo. Los que en cualquier momento le darán, a Kirchner, la espalda.Para la tratable marginalidad sociológica, que hiperactúa entre el movimiento de las fábricas recuperadas. Donde se conjugan los honestos, que resguardan la fuente de trabajo, con los frecuentes atorrantes que se suponen, de pronto, en condición de ejecutivos, como si fueran de verdad.Para partiditos esclarecidos de la izquierda. Con militantes que contemplan, con simpatía mercenaria, el despilfarro inagotable del bolivarianismo. Y aunque sean ferozmente críticos de Kirchner.A propósito, abundan las amistades que generan ciertos cortocircuitos, en Buenos Aires, entre los exponentes de la dependiente inteligencia cubana, y la que hoy talla, la venezolana. Contradicciones que se van a tratar. Parsimoniosamente, sin espacio para la ansiedad.En agosto, indudablemente, se cobrará con atraso.Oberdán RocamoraContinuaráManténgase conectado.
Continuará. Manténgase conectado.

domingo, 12 de agosto de 2007

Estimado Señor Macri


por Jorge Asis*


Por estas horas, los mass media, de forma casi unánime, especulan y teorizan acerca de una presunta candidatura suya, a Presidente de la Nación, enfrentando a CK en octubre. El argumento central que esgrimen es por demás obvio: usted es el único opositor que puede desalojar al matrimonio morganático del poder. Harto sabido, los hoy anotados en la carrera, no mueven ningún amperímetro. Más bien, aseguran el triunfo de CK, pese al declive ya tangible del kirchnerismo.
Vayan, pues, estas modestas líneas para intentar "convencerlo" de que haga oídos sordos a los cantos de sirena.
Mi premisa es muy simple. Desgraciadamente, usted puede ganar las elecciones. Y como inmediata consecuencia, deberá pagar los platos rotos del desastre de la (des) administración del Pingüino. Analicemos, pues, sólo algunas, bien pocas, de las variadas "delicias" de las que "gozaría" usted, en caso de acceder a la poltrona de Don Bernandino, el 10 de diciembre próximo.
Primero. La crisis energética en su máximo esplendor Hoy los hogares tienen luz y gas a costa del sector productivo. Pero este mecanismo no se puede mantener al infinito, so pena de destruir al sector secundario de la economía. Por ende, habrá que distribuir los costos entre las empresas y los hogares. ¿Imagina usted iniciar su gobierno teniendo que cortarle la luz a los vecinos de Caballito? Usted podrá dar explicaciones convincentes y concretas. La gente lo entenderá algunos días. Pero, al mes, esos mismos que lo votaron, lo van a putear hasta en arameo. Y, peor, casi horrible, la situación se extenderá, mínimo, durante los dos primeros años de mandato.
Segundo. La inflación galopante. Bien medida, la inflación de los últimos 12 meses oscila, cálculos muy conservadores mediante, entre un 25% a un 28%. Peor, más que horrible, la aceleración de la velocidad de circulación del dinero, producto de las locuras del Banco Central, llevarán a que el día de la presunta asunción, el IPC real, rondará el 50% anual de crecimiento. Recuerde: en los próximos meses, la propensión al consumo será infinita y la propensión al ahorro, nula. Con una oferta quieta, el estallido es inevitable. Lo que agudizará in extremis el drama social. ¿Imagina usted la cantidad de compatriotas que quedarán por debajo de la línea de pobreza y en la indigencia? Tenga en cuenta que cuando esto sobrevenga, no habrá dinero para construir una red de contención. Con lo cual, la tensión social trepará a niveles inéditos.
Tercero. El año en curso, cerrará con un crecimiento del PBI de alrededor del 7%. Pero el gasto público habrá subido no menos del 80%. Por más impuesto inflacionario que pueda cobrar el gobierno, el superávit fiscal se habrá licuado. Hoy ya los mercados descuentan este hecho. Por ende, en los próximos meses, la tasa de interés va a crecer sobremanera. Amén de que los títulos públicos perderán buena parte de su valor y el riesgo país empezará a despegar como un cohete, al mejor estilo de la época de Don Frenando de la Duda . Cuando ello ocurra, justo en diciembre, al Banco Central no le quedarán más que dos opciones : o paga a los tenedores de Lebacs y otros instrumentos tasas astronómicas, elevando el déficit cuasifiscal al infinito (recuerde lo que le pasó a Don Raúl Ricardo) o le devuelve los dólares a quienes momentáneamente se los prestaron. Con lo cual, las reservas del Banco Central, se caen automáticamente a la mitad.
Cuarto. Para intentar volver a tener posibilidad de acceder al crédito internacional, usted deberá necesariamente arreglar con los bonistas que se quedaron fuera del canje y con el Club de París. Treinta mil palitos verdes.Peor, mucho más que horrible, deberá acordar con el FMI. La izquierda, que carece de votos, pero tiene capacidad de ruido, junto con el "periodismo ladriprogresista", le caerán sobre su cuello, más alegres que Drácula.
Quinto. Usted no tendrá peso alguno en ninguna de las dos Cámaras del Congreso Nacional. Con dos o tres senadores y una cuarentena de diputados, no se va a ningún lado. Se puede argumentar que usted los puede comprar. Cierto y barato. (Son muy de cuarta) Pero no sería buen comienzo para una gestión que se va a presentar como "distinta". Aparte, cuando surjan las (crecientes) dificultades, los "muchachos peronistas" no van a hesitar en tumbarlo. Descrea de acuerdos con "Corleone" Duhalde. A poco de andar, le va a clavar el cuchillo por la espalda y usted va a ser historia más rápido que Don de la Duda.
Sexto. El ajuste tan temido. El Pingüino va a dejar la economía nacional en un estado de cosas, que un duro ajuste va a ser imprescindible. Habrá que achicar abruptamente el gasto público. Eliminar los subsidios. Incrementar brutalmente las tarifas. Y todo eso, sin aumentar sueldos. Puesto que si lo hiciera, la hiperinflación estaría a la vuelta de la esquina. Recuerde a Don Celestino y si no me cree, llame a Madrid y pregúntele a Doña "Chabela". Los sindicalistas, con Moyano a la cabeza, le tirarán al corazón al instante. Léase, o usted los mete presos "Ipso pucho" o, contrario sensu, su gobierno dura lo que un suspiro.
Séptimo. Las benditas vacas. Usted deberá liberar el mercado ganadero, sí o sí. Si no lo hace, la faena de vaquillonas seguirá viento en popa. Y, más temprano que tarde, el precio del asado en las góndolas llegará a niveles que, solamente sus vecinos de Barrio Parque, podrán consumir. De seguro que sus votantes también usarán el mandarín medioeval para putearlo.
Octavo. El INDEK no podrá seguir mintiendo. Recuerde. Cada punto de inflación equivale a 1.600 millones de pesos en la deuda pública. También deberá tener en cuenta, que los precios relativos, deberán ser sincerados. En otras palabras, más inflación, más deuda.
Noveno. Para asegurar la gobernabilidad y la sustentabilidad del crecimiento a mediano y largo plazo, se requieren políticas de fondo. Reforma profunda de la Constitución Nacional. Reforma impositiva. Reforma de la Justicia. Revolución en la educación. En síntesis, un marco institucional absolutamente distinto. Sin gobernadores propios y sin bancas en el Congreso, es imposible llevar adelante lo que la hora requiere. Al carecer de poder, los defensores del status quo le pondrán todos los palos posibles a la rueda. Empezando con los empresarios que medran del Estado. Entre los que se encuentra, para colmo, su propio padre.
Décimo. Es de imaginar las presiones de todo tipo y color que usted debe soportar para calzarse, nuevamente, el traje de candidato. Desde los oportunistas de siempre (¿Aprendió de Borocotó?) hasta los grupos de poder y factores de presión. Internos y foráneos. Pero usted debe hacer el esfuerzo mayor. Debe "pasar". No es su hora. Usted no es el "salvador de la Patria", ni la "gran esperanza blanca". Como todo ser humano, tiene sus limitaciones. Pero tenga paciencia. Su momento llegará. Más rápido de lo que usted imagina.
Podría escribir varias páginas más de razones. Pero, para qué aburrirlo. Finalmente, tenga bien en cuenta que los argumentos antes expuestos son manejados estrictamente por un muy pequeño núcleo de personas. El 99% de la población cree que la economía marcha fenomenal. Producto de las mentiras y la desinformación de la prensa paga. Que es casi toda. A fin de cuentas, buena parte de la ciudadanía se quiere sacar de encima a los K, no por una estricta cuestión económica, sino, más bien, porque el peculiar estilo del "dúo dinámico", ya la ha hastiado. En consecuencia, suena más inteligente esperar. Que la bomba nuclear le estalle en las manos a la Pingüina soberbia. Que sea ella la que pague la adición del "desastre serial de un gobierno trivial", Jorge Asís dixit.
Piénselo.PD. Un pequeño consejo más. Arme urgente un equipo multidisciplinario de excelencia que se ponga a pensar en el día después de la debacle. Repito, URGENTE. Su turno no será en 2011. Piense más bien en 2008. A más tardar, primer semestre de 2009. Inexorablemente, el gobierno CK explota. De manera fea. Más espantosa que en 2001

*escritor