miércoles, 4 de julio de 2007

¿Quien es Ayn Rand?




Por Jose Benegas

Unos diez o doce años atrás llegó a mis manos el primer libro de Ayn Rand que fue El Manantial que la Editorial Grito Sagrado acaba de reeditar en castellano. Había oído hablar de ella y muy bien, pero después de terminar el libro me di cuenta de que no le habían hecho Justicia. Durante algún tiempo no pude parar de leer todo lo que había escrito.
Después me enteré que la misma sensación de quiebre entre un antes y un después de esta lectura la tuvieron los millones de personas que leyeron sus obras. Ayn Rand con su obra se había liberado del yugo soviético física, intelectual y filosóficamente como ningún exiliado del comunismo había podido hacer, y además identificaba las semillas de colectivismo que estaban germinando en el propio corazón del mundo (más) libre.
Me parecía asombroso que los libros de Ayn Rand (algunos) sólo pudieran conseguirse luego de una búsqueda ardua en locales de libros usados en alguna vieja colección de clásicos. ¿Quién es Ayn Rand?, contestaban los vendedores.
En 1991 el club de lectores de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos realizó una encuesta entre sus socios preguntándoles cuál había sido el libro que había marcado la diferencia en sus vidas y cuál el que los había formado más. En ambos casos La Rebelión de Atlas salió en segundo lugar, respecto de la primera pregunta detrás de La Biblia y respecto de la segunda tres posiciones encima de La Biblia.
Cuando Ayn Rand recorría las editoriales con su obra El Manantial sus interlocutores no mostraban interés. Cuando salió a la venta no fue objeto de ninguna gran campaña de ventas. Su éxito rotundo fue producto de la difusión de boca en boca de lectores que lo recomendaban con el mismo entusiasmo que yo mismo había experimentado.
Ayn Rand no fue nunca una privilegiada del mundo intelectual ni una amiga de ningún stablishment. No podía ser de otro modo tratándose de una persona que postulaba como ideal a un hombre independiente, capaz de construir su escala de valores usando su propia cabeza y de guiarse por su propio juicio, que no necesitaba de la dádiva ajena, ni de guías morales. ¿Qué enjuague podría hacerse con una persona así? Ayn Rand era el anti-poder.
Nos propuso una nueva forma de épica. No solo la libertad del individuo como una tímida petición de los débiles, sino la heroicidad del que decide hacer de su vida una aventura conciente. No la épica de las armas ni la épica de la política. La épica si de sobre-ponerse a la maroma colectivista reforzando la propia identidad. La épica del hombre que conquista la naturaleza y no la del hombre que conquista a otros hombres.
Leonard Peickof la definió en el prólogo a "Filosofía, quién la necesita" como la mejor vendedora de filosofía que haya existido. El primer capítulo de este libro es el discurso que Ayn Rand dio en la Academia de West Point en 1974. Supongan ustedes, nos dice al principio, que son astronautas que caen con su nave espacial en un planeta desconocido. Las primeras preguntas que se harán serán: Dónde estoy, cómo puedo averiguarlo y qué debo hacer. Supongan también que deciden evadir estas preguntas y ven que se acercan unos seres en el horizonte. Deciden atribuirles buenas intensiones, por mero capricho "espiritual". Pero no se vuelve a tener noticias de ustedes.
¿Por qué necesitan las personas una filosofía que los guíe?: porque es indispensable para la supervivencia y para la vida en tanto seres humanos. Porque la decisión de evadir preguntas esenciales no viene dada, sino que es producto de gente que ha pensado y lo ha hecho mal y el mundo positivista en el que vivimos les ha hecho incorporar conceptos anti-humanos, de resignación ante lo evitable y omnipotencia ante lo inexorable. Porque o enfrentan la vida con una filosofía consciente y debidamente integrada o son náufragos en un mar de pensamientos ajenos que se contradicen y no se sabe a dónde conducen.
La tarjeta de presentación de la filosofía de Ayn Rand, presente en un primer plano en sus libros es su ética. Una ética objetiva basada en valores que cualquier individuo puede adquirir.
La visión moral prevaleciente aún hoy, tal vez más que nunca, coloca como vara de las acciones al otro o a todos los otros: el altruísmo. Lo que está hecho en beneficio de otro es un buen acto, lo que está hecho en función exclusiva del propio beneficio es un mal acto. Los actos loables, para esta ética, son los "desinteresados". Vivir consiste en sacrificarse.
Es decir, expresamente la ética para el altruismo es algo que no nos tiene que interesar. No ofrece nada para nosotros. No puede hacer aporte alguno a nuestra felicidad, a nuestro goce, más allá de una promesa, no demasiado detallada, de ganar alguna clase de cielo. O peor aún, tal vez se nos dirá que la felicidad consiste en la "sensación del deber cumplido". ¿Y qué pasará con la sensación de no saber por qué algo es un deber o quién dijo que lo era, o qué nos importa lo que haya dicho ese quién?
Egoísmo nos propondrá Ayn Rand como virtud, para escándalo de la agobiante ola de altruismo esclavizante. No como una mezquindad de ermitaño que es la única forma en que la moral predominante nos lo hace ver, sino como una consciente y racional manera de centrarse en la propia felicidad sin perjudicar a ninguna persona. Para el altruismo que domina nuestra cultura sólo se puede vivir a disposición de los demás, como un medio de los otros, o como un antisocial intratable que pisa las cabezas de sus congéneres. Un verdadero infierno en la tierra.
La máxima muestra de virtud para el altruismo es el dar. Pero el hombre no puede dar nada que no haya producido alguien. Dar es un derivado, un segundo paso, después de producir. ¿Por qué exaltamos, dice Rand, al imitador y olvidamos al productor original?
La humanidad como tal ha sobrevivido por los aportes hechos por individuos con espíritu independiente. Cuando un hombre descubrió el fuego, sus hermanos lo consideraron una mala señal y lo persiguieron. Otro descubrió la rueda y tampoco fue en su momento comprendido. Galileo fue condenado sólo por describir la realidad y hacer avanzar a la humanidad. El progreso entonces no es hijo de la generosidad. Los innovadores no producen el cambio por sus hermanos, sino generalmente contra sus hermanos aún cuando éstos se beneficien.
Ninguna persona es un medio para otra sino un fin en si mismo. Ningún individuo debe ser sacrificado por otro. El hombre es feliz proyectándose, interactuando y colaborando con otros. Pero no invadiéndolos o siendo invadido. Ama porque responde a sus valores, no porque los otros sean acreedores por nacimiento de su amor.

La parábola del hijo pródigo
Aunque pueda sorprender, y sin dudas sorprendería a Ayn Rand, una buena alegoría del modo en que la ética funciona en la visión objetivista (objetivismo llamó Rand a su filosofía) es la parábola cristiana del hijo pródigo.
Un padre tiene dos hijos. Uno de ellos deja la casa paterna y se aventura a una vida de placer y disfrute sin responsabilidad. Durante un tiempo no se sabe de él.
El otro hijo permanece junto a su padre y lo ayuda en sus tareas. Cumple con todo lo que se espera de él. Puede decirse que es un hijo abnegado.
Cierto día el hijo pródigo regresa y el padre ofrece un banquete para recibirlo. El hijo obediente se queja por considerar injusto que pese a su conducta no se lo premie.
Quienes creemos en la libertad y en la responsabilidad hemos tenido problemas con esta parábola. Parece que el mensaje fuera premiar la irresponsabilidad y quitar valor al apego a las normas.
Sin embargo ¿la situación es injusta en base a qué escala de valores?
El hijo obediente no parece haber encontrado ningún motivo personal para quedarse junto a su padre y ha seguido un plan ajeno. El esgrime la obediencia como su mérito. Espera aún un premio porque nada había para él en su abnegación, desinterés y sacrificio. Aunque esto en realidad es una tautología. Nunca puede haber nada para uno en la abnegación, desinterés y sacrificio.
Si el hijo obediente hubiera actuado de acuerdo a sus convicciones en búsqueda de su propia felicidad, simplemente se hubiera sumado al festejo del regreso de un ser querido y le hubiera transmitido a su hermano pródigo cuánto perdió por haberse ido.
El hijo pródigo por su parte se aventuró al error o al acierto pero buscó su felicidad. Parece haber descubierto una escala de valores por sí mismo; ni siquiera regresa por el banquete, lo hace en búsqueda de lo que no pudo encontrar en su aventura.
El padre por su parte no premia. Expresa su alegría, también responde a su escala de valores.
Asombrará a los cristianos, a los liberales y hasta a los randianos, pero en mi opinión la parábola del hijo pródigo es la lección de ética objetivista más clara que podemos encontrar.

Adquisición de valores
El ser humano no viene al mundo con una escala de valores. Debe descubrirla. Los objetos físicos, no se pierden, se transforman. Siempre están ahí. No necesitan una meta, no requieren valores. La vida en cambio es lo único sobre la Tierra que puede desaparecer. El valor es una referencia para la vida. Aquello que se requiere para la subsistencia. Cuando seguimos esa escala de valores no hay algo parecido a un sacrificio. ¿Cuál es el sacrificio de buscar la felicidad? Hay costo, como en cualquier acción, pero la idea de sacrificio implica sólo un costo y tal vez cómo único beneficio la supuesta satisfacción de pagar ese costo y cumplir con el plan colectivo divino o de quién sea.
El hombre al contrario que los animales posee un mecanismo de adaptación al medio mucho más flexible. Su código de conducta no le viene impreso, sino que lo descubre por medio de la razón. El hombre posee voluntad y es libre de escoger valores. Puede evadirlos inclusive y actuar en contra de ellos pero no puede evitar las consecuencias que se seguirán de ello. Los valores son en ese sentido objetivos y deben ser descubiertos.

A es A
El ser humano cuenta con la estructura adecuada para adquirir valores que es la razón. Pero lo primero que debe aceptar es la supremacía de la existencia. Hay una realidad fuera de la conciencia del hombre que puede ser conocida. Es lo suficientemente firme como para que la razón pueda comprenderla, sin ser por eso omnisciente. Otorgar primacía a la existencia es reconocer la realidad. Lo opuesto es dar supremacía a la conciencia y creer que el hombre crea a su voluntad el mundo que lo rodea.
En uno de los capítulos de Filosofía, quién la necesita Ayn Rand alude al lema de Alcohólicos Anónimos: Señor, dame serenidad para aceptar aquello que no puedo cambiar, coraje para cambiar aquello que si puedo cambiar y sabiduría para reconocer la diferencia. Es un caso muy significativo el de este lema para esta institución, porque no se trata de un postulado psicológico típico, sino uno de tipo filosófico. Al mal de las personas que evaden la realidad por medio del alcohol, se lo combate con una correcta ubicación del sujeto en el contexto, en la realidad que lo rodea haciendo una tajante afirmación de la supremacía de la existencia.
El hombre es un creador en un sentido limitado. El no puede alterar las leyes que gobiernan el mundo. Puede si, a lo sumo, servirse de ellas, combinarlas y hacerlas jugar en su favor. Francis Bacon decía: "La naturaleza para ser dominada debe ser obedecida".
Nosotros doscientos años atrás, basándonos en las leyes naturales que nos vemos compelidos a respetar y aceptar y lo que conocíamos de ellas, hubiéramos dicho que una persona no podía desde Buenos Aires hablar con otra en París. Lo que lo hizo posible fue el descubrimiento de fenómenos naturales como las ondas electromagnéticas, que debidamente tratadas permiten que nuestra voz viaje a una velocidad increíble a través de cables y satélites. Todo eso es puro aprovechamiento de la naturaleza, respetando sus reglas.
Parte de esa existencia externa a nosotros son los otros hombres. Aceptar su naturaleza es aceptar que son seres racionales y libres que poseen una voluntad y persiguen y eligen sus valores, igual que nosotros. Aceptar lo dado respecto del hombre es tomarlo como es y tratarlo como tal. Los salvajes en cambio, nos dice Ayn Rand tratan de conquistar a sus congéneres y ruegan a la naturaleza con oraciones. Pero tiene tanto sentido utilizar la fuerza con el hombre como intentar persuadir a la naturaleza, nos enseña.
En tanto los actos de los hombres son libres, aún cuando no puedan ser forzados, pueden ser juzgados y criticados en función de una escala de valores. Las elecciones de los otros son también un hecho dado para nosotros. Un individuo tiene la potencialidad para ser o no un sinvergüenza, pero en tanto elija serlo debe ser tomado como tal.
Así dicho, la diferencia entre lo que debemos aceptar y lo que podemos cambiar parece sencilla, pero vivimos en un mundo que actúa al revés, y dentro de ese mundo tal vez la Argentina sea el caso extremo. Hace unos días viajaba a Uruguay. Estaba en el preembarque en Aeroparque a punto de embarcar, cuando se nos anunció que se estaba realizando una "asamblea informativa" de empleados y por tanto se suspendían los vuelos por tres horas. La gente veía que otras compañías despachaban sus aviones sin inconvenientes y no se nos daba explicación alguna. Nadie protestaba. Imaginaba en ese momento a estos pasajeros frustrados recibiendo la noticia de que antes de ingresar al avión se los golpearía un poco con un bate de béisbol para ablandarlos y supuse que hubieran tenido la misma reacción: nada.
En contraste con esto el último fin de semana Buenos Aires sufrió un fuerte temporal. El cruce en ferry de Uruguay a Buenos Aires quedó suspendido en razón del clima. La reacción del público en este caso fue de indignación. Pedían explicaciones de la empresa y despotricaban contra el atraso que estaban sufriendo. Hablaban mal del servicio y, como no podía faltar, aludían negativamente al afán de lucro de los empresarios. Uno de los pasajeros protestaba porque no había previstas camas para que pudieran dormir.
Estos dos episodios nos hablan de gente que ni siquiera es alcohólica pero parece pensar al revés de cómo debiera. El sindicato y la patota de empleados son tomados con resignación y a la tormenta "ni justicia".
También se ven las consecuencias políticas de esta confusión filosófica. Podemos revelarnos contra la realidad pero no la conmovemos. Los que no la aceptaban no pudieron detener el temporal, ni tampoco pudieron por cierto los dueños de los ferrys. El resultado de la no aceptación de la realidad que no puede cambiarse es siempre el ejercicio de la arbitrariedad contra personas que no son responsables. El sindicalista patotero es obedecido y hasta avalado moralmente. El empresario es tratado como un criminal.
Están de moda entre nosotros las teorías deterministas en materia de seguridad, según las cuales los delincuentes cada vez más agresivos son víctimas de la sociedad a las que se les puede aplicar una relación causa efecto, sin aceptar al ser humano como es: libre y racional. Entonces parece ser que todo delito es consecuencia de la pobreza del criminal (que es la misma "causa" por la que la mayoría de las personas trabaja). Pero cuando ocurre un accidente en la calle y una persona atropella a otra, sobre todo si el auto es de alguna marca cara, nuestros mismos "garantistas" salen a pedir los máximos castigos. La consecuencia de esta filosofía invertida es en este caso que vivimos en un país cada vez más peligroso.
La inversión de los términos altera todo en la vida del hombre. Produce omnipotentes arbitrarios o sumisos esclavizados, todos ellos fuera de la realidad, poco aptos para la subsistencia y peligrosos. Nuestra política es el reflejo de esta situación

Un milagro que fue todo menos milagro
Un excelente ejemplo del sentido de la vida de Ayn Rand y hasta de su filosofía política dado por un hecho de la realidad, es el llamado "milagro de los Andes" reflejado en la película "Viven". En 1972 un avión de la Fuerza Aérea uruguaya se estrelló en medio de la cordillera de los Andes. Cuando ya se los había dado por muertos a todos sin que el avión hubiera sido hallado y luego de setenta días en la montaña 16 de los 45 pasajeros consiguieron sobrevivir.
En un primer momento el grupo de los primeros sobrevivientes del accidente obedeció a un líder histórico que era el capitán del equipo. Su liderazgo se basaba en la autoridad establecida de antemano como primus inter pares del equipo, en su carisma y en su don de mando. Se ocupó de racionalizar las primeras provisiones y distribuirlas y con gritos manejaba a sus compañeros de tragedia. Con una radio oía las noticias de cómo los estaban buscando. Todos rezaban esperando que llegaran sus salvadores.
Este liderazgo colapsó cuando por la radio supieron que las operaciones de búsqueda habían sido abandonadas. El capitán del equipo se deprimió y se le acabaron las respuestas. Pero de repente surgió otro liderazgo de manera natural. Fernando Parrado era una persona tímida. No aparecía a los ojos del sistema de valores predominante como alguien destacable. Había perdido a su madre y a su hermana en el accidente y sentía la necesidad profunda de que su padre, que era el único miembro de la familia que había quedado en el Uruguay, supiera que no estaba solo.
Parrado llevó a los demás sobrevivientes a aceptar la situación en la que estaban: que encontraban solos, que no habría salvadores y que los únicos que podían hacer algo para volver a sus casas eran ellos. No les hizo grandes discursos trascendentes, no les gritó, les habló de la existencia, de la supervivencia, de las montañas, del frío, del hambre y de la soledad y los invitó a la aventura de sobrevivir por sí mismos con los elementos con los que contaban. Utilizó la persuasión basada en el conocimiento. No daba órdenes, mostraba realidades.
Una situación límite llevó al grupo a adoptar una ética objetiva, aceptar aquello que no podían cambiar y obrar sobre lo que si podían cambiar. Tenían pocas oportunidades, pero eran las únicas. Una filosofía correcta les salvó la vida.
Por desgracia vivimos en un mundo que no ha hecho ese cambio. Hay una gran cantidad de mejores líderes como Fernado Parrado esperando un contexto racional en el cual desenvolverse, tapados mientras tanto por la arbitrariedad y el autoritarismo. Este no es todavía el mundo de los productores, sino el mundo de los parásitos, de los demagogos y los truhanes disfrazados de benefactores de la humanidad. Pero esas son nuestras propias montañas y no hay más remedio que encarar la aventura de cruzarlas.



Texto de la conferencia dada en el Instituto de Cultura Argentino-Norteamericana – Icana R

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