sábado, 9 de febrero de 2008

Citados a declarar

por Florencia Saade*.

Ocho o diez de la mañana. Muere un heladero.
Entre tanto en el más allá, donde todos esperan que se lleve a cabo el juicio del final de los tiempos, San Benito perdió el archivo personal del recinto “Personajes universales”, donde estaban detalladas todas y cada unas de las actuaciones llevadas a cabo por éstos. Así que, sin más preludio, fueron citados los aludidos para dar parte de lo vivido en la tierra.
La sala de espera era inmensa. Los personajes iban llegando; algunos cándidamente iluminados, otros venían de un viaje más largo -de más abajo- y esperaban su turno para la declaratoria.

-¡Me interrumpieron justo cuando en mi nuevo instrumento se registró la diferencia entre las distancias de la luna y los planetas!
- Galileo, la paciencia engrandece al hombre, hermano.
- ¡¡Tomás de Aquino!! A vos te andaba buscando. Tengo un recado de Kierkegaard, dice que por favor pases por su nube, y le lleves el tomo 5 de “Cómo superar un amor platónico”.
- Muchísimas gracias hermano Agustín. A propósito, me llegó por el correo celestial tu última publicación de La ciudad de Dios; fantástico.
- ¿Cómo pueden perder tiempo en esas boberías?-. La voz áspera venía desde un lugar alejado, donde un hombre con bigote en forma de peine estaba apoyado en el medio de una columna. – La ineptitud de perder los archivos es intolerable.
- Adolf, podrías aprovechar esto como un designio divino y comenzar a arrepentirte de tus faltas.- intervino una vocecita dulce.
- No tengo nada de que arrepentirme, si mi pecado fue querer que prevalezca la clase pura aria, pues con orgullo me pudriré en el infierno.
- No tiene caso Teresa, no cambiará más.
- Pero Mahatma, nunca es tarde. ¿No lo has dicho tú tantas veces?
La puerta se abrió entre chirridos, llevaba tiempo sin sonar. Por ella entraron, casi sin enterarse a dónde iban, dos ancianos que debatían apasionadamente.
- ¡Basta Gregor Mendel! No te voy a entregar las últimas semillas que me quedan sólo para que tú sigas con eso de la evolución.
- Por favor Albert, si quieres te prometo que me dejo caer al infinito para probar tu teoría recién descubierta.
- ¡Pero que pérdida de tiempo! ¿Dónde está el libro de quejas?
- La paciencia querido hermano Lenin!.- volvió a aconsejar Tomás de Aquino.-¡La paciencia!
- Che Lenin, ¿por qué no te pasas por mi fosa hoy a la noche?- intervino Adolf.- Tengo un par de cositas que podrían interesarte.- Sus ojos brillaban anhelantes, extasiados.

La recopilación de datos llevó más de cien años; nada, teniendo en cuenta los tiempos de la eternidad. Lo que sí quedó claro, es que en la tierra o en el más allá, seguimos siendo lo que somos y aunque dicen que el tiempo cambia todo, hay ciertas cosas que no cambian más.
A lo lejos, en la encrucijada, llegando por el palier de San Pedro, se escuchó un alegre:

“¡Paliitoo, Bombón heladooooo!”


*Miembro del Centro de Estudio de los Intereses Nacionales Filial Tucumán.

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