jueves, 6 de diciembre de 2007

Politica de Estado

por Alberto Asseff*

Es preciso ponerle fin a los vaivenes argentinos. No podemos seguir quemando lo que se había adorado y adorando lo que se había quemado. Ayer nomás la mayoría exultaba felicidad porque el Estado se desprendía, a precio casi vil y sin la previsión pertinente, del patrimonio público. Hoy esa misma ciudadanía pareciera inclinarse por el retorno del Estado empresario. Es la pendularidad que tanto mal nos provocó y nos hizo dilapidar tanto tiempo. En rigor, es la que causó que seamos el caso único del planeta, esto es el país que en este último medio siglo descendió de casi el pináculo al valle. Dicho esto sin ignorar que estábamos avizorando la cumbre, pero teníamos pozos sombríos de injusticia.

Se habla mucho de las Políticas de Estado. Es refrescante que así sea. Al ponerlas en la agenda estamos dando el primer paso hacia su plasmación. Empero, pareciera enllegada la hora de, por lo menos, hacer un borrador sobre cuáles serían esas estrategias cuya sustancia nadie cuestionaría y todos adoptarían. Como un modo de comenzar a debatir los puntos para el acuerdo argentino. Mucho más que una concertación social por estamentos -trabajadores, empresarios, poder público- lo que requerimos es un consenso nacional que no deje apeado a nadie, salvo el excéntrico que es la excepción confirmatoria de la regla general.

La primera Política de Estado sería ratificar nuestro compromiso colectivo con eso que se llama República Argentina. Es el nombre de un proyecto común que nos contiene a los 40 millones, incluyendo a los foráneos que nos han honrado eligiéndonos para vivir.

Después, el consenso debería centrarse en el cambio radical de la actitud. Debería mutar el comportamiento individual y social para obtener calidad moral. Todos enterraríamos en el quinto infierno el desapego a la ley, la avivada, el acomodo, el ventajerismo, la influencia, la altanería prepotente, la falta de respeto, el facilismo, el creciente relativismo moral, el "no te metás" y tantísimas lacras que ensucian a ese Pueblo loado por el Himno.

En tercer lugar tendríamos que reponer en su sitial al autoaprecio y a la reverencia que pide nuestra identidad cultural. Somos una paradoja: alardeamos como sabelotodos, pero casi a flor de piel desnudamos nuestro complejo de inferioridad. La Política de Estado, en este plano, apuntaría a sepultar el nefando "no se puede" que sega innúmeras ideas e ideales.

Las Políticas de Estado deberían orientarse a restituir el largoplacismo para nuestros planes colectivos, priorizar los consensos por sobre las confrontaciones -disentir sin agraviar-, la continuidad por encima de las decisiones disruptivas, alejarnos de toda tentación por los extremos, exaltar la transparencia y la ética, arrinconando a la impunidad.

Otro capítulo de las Políticas de Estado se refieren a la Reforma Político-Institucional-Judicial. Hay que acordar y realizar un nuevo federalismo, un Estado funcional y desburocratizado (en todo lo que permita nuestra imaginación),un sistema de premiación al mérito y de responsabilización de la desidia, una ley de coparticipación que automatice las transferencias -para desterrar la "gran billetera" y el penoso "peregrinaje" de los gobernantes interiores en búsqueda del cheque-, carreras estatal y judicial -exterminio, así, del funesto amiguismo-nepotismo, combinado con inidoneidad-, creación de una excelente Escuela de Estrategia y Capacitación para la Gestión Pública y la Participación Cívica. La política exige verdaderos partidos políticos como canales-escuelas para intervenir en la cosa pública. También otro modo de votar y otra transparencia y control en el desempeño de la función. La Justicia pide menos papeleo y más eficacia en la aplicación de la ley. Se la quiere bien vendada, pero con los ojos muy abiertos para impartir, con menos tiempo y formas, ese anhelo supremo que consiste en asignar a cada uno lo suyo.

Necesitaríamos coincidir en una política poblacional que apunte a los 100 millones de habitantes, no amontonados, sino unidos en la diversidad. También, preservar la lengua que es la instalación de nuestra cultura y es un tesoro inmensurable.

Las Políticas de Estado tendrían que atribuir definitivamente un rol esencial a las PYMES, para que se multipliquen y con ello la actividad y empleos, aliento a la inversión y al productivismo, inhumando para siempre el recelo contra el capital de trabajo, que jamás volverá a ser un "enemigo". La meta sería pasar del crecimiento al desarrollo, que incluye lo espiritual y todo lo social, además de la prosperidad tangible. Reinstalarnos como potencia energética es un objetivo que debería aunarnos. Reindustrializarnos y seguir desenvolviendo la cadena agroindustrial y alimenticia. Igualmente, impulsar la ciencia básica y todo lo científico-tecnológico. Las metas en el campo espacial-satelital y nuclear serían otro asunto de unión de todos.

Acuerdo para que de aquí en más contraigamos deuda sólo para desarrollarnos social y materialmente, nunca más para financiar déficits o burocracia o festivales propios del dispendio de la política ramplona.

Concordancia para alcanzar velozmente los 150 mil millones de dólares en exportaciones y para agregarle valor a nuestras producciones primarias. Asimismo para combatir con las herramientas nobles de la educación y el trabajo a la pobreza estructural y a la indigencia bochornosa, apostando a estrechar la desigualdad.

La elevación de la cultura política y los principios vertebrales de la libre competencia y de la seguridad jurídica no se discutirían más. Podríamos hacer la ley más exigente, pero una vez ley, a cumplirla, sin expectativas que se la podrá "elastizar" hasta su desfiguración. Desidelogizaríamos el combate a la inseguridad a partir de una regla esencial: mucho paradigma e inclusión social, ninguna impunidad.

El mar y la Antártida serían intereses nacionales vitales. Todos trabajaríamos por asegurarlos. Así no tendríamos que arrendar buques o improvisarlos para efectuar las campañas australes. Dispondríamos de todo lo necesario para ese interés medular, incluyendo que seríamos los socorristas en caso de un naufragio. Habría que reequipar a las FFAA para que puedan defendernos. Paraguay, Bolivia, Chile, Perú y Uruguay serían vínculos que no admitirían otra política que no sea la de Estado. Igual que la alianza estratégica con Brasil y la integración sudamericana. En la mira de todos deberían estar Sudáfrica y todo el África y una idea del mundo como mercado para el trabajo argentino.

Nuestras universidades deberían ser prodigiosos centros de pensamiento, cultura y ciencia y atraer a latinoamericanos, africanos y aún de más lejos. Sería un formidable modo de gravitar afuera y de encaminar buenos negocios para los argentinos.

La juventud debería ser omnipresente en las Políticas de Estado. Deporte y más deporte, menos y menos adicciones. Mensajes -sobre todo ejemplos- antiviolencia. La agresión intersocial nos está envenenando. El reinado del conflictivismo también. El antídoto serían los paradigmas, sobre todo los que provienen de las cumbres políticas y sociales.

Obviamente, la calidad y universalidad educativa como el cuidado del ambiente serían Políticas de Estado innegociables. Suelo, agua, bosque serían bienes a tutelar. Reducir los accidentes viales se vincula con la preservación de nuestra gente. Sería una estrategia digna de un acuerdo de Estado.


Seguramente, faltan. Quizás podría sobrar alguna de las explicitadas. Empero, si algo reclama la Argentina es mejor gestión, más continuidad, menos discusión, más acuerdos. Y la última, aunque no la menos decisiva Política de Estado: elevar nuestra ética, básicamente la pública.

*Presidente de PNC UNIR
(Unión para la integración y el resurgimiento).
pncunir@yahoo.com.ar


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