miércoles, 12 de septiembre de 2007

Desigualdad Economica


por Leonardo Girondella Mora

Las campañas electorales, que son parte del proceso democrático, tienen una fea consecuencia —pueden sembrar envidia en la ciudadanía: la testarudez de los candidatos en tratar el punto de la desigualdad y convertirlo en un problema tiene ese ponzoñoso efecto. El de la envidia que hace creer que los fracasos de unos son la causa del éxito de otros.Las elecciones pasadas en México y las actuales en los EEUU tienen ese contenido —envían un comunicado al elector: “si votas por mí, yo haré que no existan más diferencias, que todos sean iguales”. Encerrado en esas palabras hay algo tenebroso: las desigualdades son injustas, los ricos deben desaparecer, debe redistribuirse lo que otros tienen. Es el problema de la desigualdad explotado como tema de campaña —y por esa precisa razón convertido en un punto de marketing político que incapacita la posibilidad de razonar. Lo que sigue intenta profundizar en el tema.La primera de las consideraciones que quiero hacer es una que contrasta lo relativo con lo absoluto —una sutileza necesaria y usualmente pasada por alto. Una persona, la que sea, tiene un ingreso de 50,000 pesos al mes. Esa es su posición absoluta, pero su posición relativa necesita de comparaciones.En comparación a quien gana 500 pesos al mes, esa persona tiene una posición relativa favorable. Lo contrario en el caso de la comparación con quien gana 5,000,000.Si se sabe que los 50,000 producen un estándar de vida bueno, de poco vale la comparación que diga que eso es injusto porque existe gente que gana 100 veces más. Una posición relativa inferior, incluso en esa proporción, puede llamar la atención —pero no implica que la posición de ganar 100 veces menos coloca a la persona que gana 50,000 en una posición de pobreza.Ahora, en relación a la persona que tiene ingresos por 500 pesos mensuales, quien gana 50,000 tiene un ingreso también 100 veces mayor —pero eso no implica que la persona de los 50,000 posee un ingreso excesivo y de lujos amplios.En resumen, expresar desigualdades de ingresos no tiene validez —porque es una cuestión relativa, todo dependerá del parámetro usado para medir esa desigualdad. Bajo una cierta perspectiva, ése de los 50,000 pesos es un pobre diablo; pero bajo la otra, es un millonario extremo.Poner atención, por tanto, en la desigualdad relativa es una fuente de errores de interpretación y por eso mismo, una desbordante fuente de inspiración para los discursos políticos que engañan con cifras contando medias verdades.Una segunda consideración es la relacionada con el dinamismo de los ingresos —un asunto muy bien establecido por Schumpeter: estudiar un fenómeno aislado y estático es estéril y no lleva a nada si ignora el movimiento de la economía. Ella se mueve y lo que es importante es su dirección, no su posición en un momento dado. Esta consideración suele también ser pasada por alto —es una eventualidad real que yendo en la dirección correcta se encuentren puntos estáticos negativos; y que yendo en la dirección desacertada se encuentren puntos estáticos positivos. Actuando sobre la información de los puntos pueden tomarse decisiones disparatadas.En los datos mexicanos, por ejemplo, existen indicaciones de una disminución de la pobreza aunque a ritmos menores de lo deseado. Tomar un dato de pobreza actual y afirmar que es una alarma que merece reconsiderar todo sería un disparate si se deja de considerar la dirección en la que se mueven las cifras.La tercera consideración tiene que ver con ese dinamismo de la economía —es el tomar en cuenta las tasas dinámicas de crecimiento en diferentes grupos. Un ejemplo de esto señala que los estados del norte y centro de México progresan más que los estados del sur; y eso es usado como una muestra de desigualdad indebida que debe ser corregida.Es cierta esa diferencia relativa, pero se reconoce como grave no porque sea relativa, sino porque la posición absoluta de esos estados del sur es seriamente baja —a lo que añado que la posición de los estados del norte no es lo positiva que se piensa: aún padecen pobreza y marginación, aunque en menor grado. La testarudez en señalar lo relativo de esas mediciones de ingresos es un error intelectual —pero también un peligro: es lo que tiene el potencial de crear una moral de la envidia que hace querer la intervención estatal para evitar que ganen otros más que yo.La igualdad requiere tratamientos perspicaces —puede querer igualdad quien quiere jugar como Ronaldiho y debe contentarse con jugar en un equipo de segunda división. Pero también puede querer igualdad quien protesta porque pasan sin castigo obvios actos de corrupción gubernamental. Hay muchas cosas encerradas en esa palabra.Si alguien habla de la igualdad humana frente a Dios —todos iguales como hijos suyos, acepto esa connotación de la igualdad. Acepto también la igualdad ante la ley, una cuestión de derechos iguales que el estado reconoce y que le manda actuar con independencia de la posición de la persona. Pero, más allá de eso, la realidad no es una de igualdades —cada ser humano es único en capacidades y circunstancias que no pueden ser igualadas.Esta cuarta consideración es tocante al clima intelectual —el predominio de ciertas ideas por encima de otras. La realidad de políticos enfatizando una igualdad pueril en sus discursos es un efecto de algo más profundo: los gobernantes no suelen ser mucho más allá que personas carismáticas con ansias de poder y que repiten ideas convenientes que ellos no crearon.Al tratar el tema suele mencionarse una obra muy influyente de los años 70 —la de John Rawls, A Theory of Justice, y que sigue influyendo en la actualidad. Uno de los principios de ese libro establece como deseable, el principio de la diferencia: las desigualdades en posición económica y social son admisibles sólo hasta el punto que ellas sean causa de una mejora en el que es menos favorecido.El traslado de ese principio a la praxis política ha ocasionado medidas como impuestos a los artículos de lujo, a las herencias y a lo que se le ocurra al gobernante realizar inspirado en un principio tan general y oscuro. Reúna usted este ingrediente con el marxismo de bolsillo que se tiene en América Latina y eso dará un coctel que producirá un vértigo de medidas gubernamentales —todas dirigidas a la corrección de desigualdades relativas inspiradas en datos estáticos.Rawls acuñó una frase, la de “envidia disculpable” (excusable envy), de acuerdo a la que justifica racionalmente el sentir envidia frente a casos de personas que exceden cierto límites de riqueza y permite actuar en consecuencia (mencionado en Justice and Inequality, David Lewis Schaeffer, July 23, 2007, WSJ).Termino con una nota casi innecesaria —quien expone consideraciones como las anteriores suele ser tiro al blanco de acusaciones de insensibilidad y crueldad ante dramas humanos. Todo por ambicionar ser racional al atacar un problema.

1 comentario:

Anónimo dijo...

aca dejo un link http://www.surnorte.org.ar/opinionsur/nota.php?id_nota=297 abrazo