domingo, 2 de septiembre de 2007

Sin privilegios, no hay corrupción




Por Alberto Medina Méndez*



Los argentinos estamos recorriendo una predecible desilusión. Este gobierno, como tantos otros, ha iniciado una cascada de hechos de corrupción que empiezan a aflorar a la luz pública.

La sensación de que vivimos rodeados de corrupción y que estamos frente a un problema que nos atraviesa socialmente, ya es moneda corriente. Muchos creen que se trata de un problema cultural. Piensan que somos corruptos por naturaleza.

Este diagnostico nos transmite la idea de que no importa que hagamos, seguiremos siendo invariablemente así. Dicen que la viveza criolla es mas potente que cualquier solución a la que podamos apelar, y que hecha le ley, hecha la trampa. Esa línea de pensamiento, en definitiva afirma que SOMOS ASI y que eso no cambiará por varias generaciones.

Esta manera de ver las cosas nos pone frente a una justificación que hace que no hagamos NADA al respecto ni esperemos demasiado de nuestros gobernantes. En definitiva, "todos somos así". No importa quien ejerza el poder, se corromperá de todas maneras. Por eso, nos pasamos buscando hombres y mujeres honestos que usen el poder sin extralimitarse. Nuestra ilusión pasa por ahí. Por encontrar la excepción a la regla.

Esto nos desvía del camino a recorrer. Nos desenfoca del problema de fondo. Nos hace transitar un diagnóstico tan inexacto como superficial. Al actuar sobre las consecuencias y no sobre las causas no nos aproximamos a la verdad.

Nos pasamos discutiendo acerca de bolsos, sobres, carteras y valijas donde aparece dinero que entendemos forma parte de la ruta de la corrupción. Investigamos entonces el recorrido de esos valores, averiguamos de donde salió, para quien era, quien pago y quien cobro. Lamentablemente, esa es solo UNA parte de la historia. Importante por cierto, pero DECIDIDAMENTE incompleta.

Creer que la corrupción se resuelve solo con valores morales recitados, con discursos que apelen al costado honesto de cada individuo, es demasiado ingenuo. De hecho, muchos lo saben, pero prefieren mantener todo en un estado inmodificable. Así cuando los incautos votantes decidan ungir al nuevo "honesto" el sistema seguirá posibilitando este tipo de hechos.

Tal vez sea este el tiempo de ir al fondo de la cuestión. No abordarla debidamente, es postergarla para nunca y por ende sostenerla desde sus estructuras mas profundas.

Los hechos recientes, por solo citar estos casos, hablan de dinero encontrado, que tenía un destino. Alguien decidió utilizarlo para obtener lo impropio. En la otra punta, alguien con poder, a cambio de esos fondos, probablemente obtenidos en forma no transparente, seguramente le hará algún favor. El tema de fondo esta ahora mas cerca.

Siempre, detrás de un hecho de corrupción, existe un privilegio, una concesión, un favor, una arbitrariedad sobre la que alguien que no rinde cuentas a nadie puede decidir sin demasiada complejidad.

El Estado invariablemente se encuentra presente en esas circunstancias. Ese Estado al que hemos a lo largo de los siglos, conferido poderes adicionales e ilimitados, desvirtuando los conceptos esenciales de propiedad privada y libertad individual.

Lord Acton decía que "el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente". Se trata de eso, de la concentración de poder. El Estado invariablemente esta omnipresente de una u otra manera.

Algunos partidarios de la idea de los Estados grandes, dominantes, reguladores y controladores, pretenden atribuirle ese halo de pureza que es justamente lo que es incompatible con su existencia. La idea de perfección no es compatible con la esencia humana y mucho menos con el Estado mismo.

Se parte de la confusa idea de que los privados son seres malignos que solo pueden ejercer sus actividades bajo la estricta mirada de una institución pura, objetiva, ecuánime, justa, equilibrada, sin ideologías, ni preferencias o predilecciones. Si algo no es el Estado es cualquiera de esas cosas.

El Estado está conformado por hombres y mujeres que provienen de una sociedad, y que responden a los mandamientos de partidos políticos, organizaciones económicas, religiosas o sociales, lo que incluye, obviamente, intereses personales.

Esos intereses pueden ser legítimos, pero son tan privados como los que pretenden combatir, y por ello resulta básicamente inmoral utilizar los medios de todos, los recursos públicos, y mas aun el poder que confiere el uso de las normas, para torcer el rumbo natural a favor de esos intereses.

Es importante recordar que SIEMPRE detrás de un hecho de corrupción se encuentra una dadiva, un monopolio, un privilegio, un favor, concedido arbitraria y discrecionalmente por un funcionario poderoso.

Por eso buscar hombres honestos para ejercer ese poder arbitrario no es la solución. El camino decididamente consiste en quitarle atribuciones al Estado. Es el mercado y no el Estado quien debe garantizar la justicia y equidad. Los eventuales desequilibrios y la imperfección circunstancial, no amedrenta su moralidad. El supuesto corrector de los desvíos del mercado, el Estado, solo es cuna de corrupción y discrecionalidad siempre discutibles. Sin privilegios no habrá quien pueda hacer favores, y sin favores no habrá corrupción.

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