miércoles, 31 de octubre de 2007

Odio, violencia y adolescencia


(para CEIN)

Por Alberto Asseff*

Donde hay un propósito

se abre un camino

Han pasado las elecciones, pero los males de fondo de nuestro país ahí siguen, ahí están. Por eso, hoy quiero aludir a la insoportable violencia que nos desquicia.

De entre los 40 millones, los violentos son una minoría despreciable. Pero la inmensa mayoría está atónita y atrapada por la cancerosa violencia y el corrosivo odio que no cesan de avanzar.

La agresividad está omnipresente. En la televisión, en la calle, en la escuela, en el boliche y hasta en lo que otrora era el sagrado recinto del hogar. Llamativamente, hay provectos violentos, quebrando el monopolio de los jóvenes en la materia. El desborde de las conductas atraviesa a todos los estamentos sociales. Hay furibundia por doquier. Y hay vandalismo.

La virulencia viene de la mano con el odio. Interactúan. Lo triste y sumamente alarmante es que la Argentina se está fracturando socialmente y que en lugar de ver en el otro a un hermano compatriota recelamos que puede ser un agresor. Está operando un doble proceso desocializador. Por un lado la exclusión por la pobreza, la marginación y la ignorancia. Y por el otro, el recelo producto del terror que nos causa la oleada delictiva. Es un aberrante trastrocamiento de valores y de conceptos. La violencia es cuna de lo más sombrío para un pueblo nacional. La crueldad asesina que trae desolación y terror en la ciudadanía no tiene antecedentes. Ya no es inseguridad, sino espanto.

El mensaje plagado de rencor es añejo y la política nunca fue completamente ajena a él. Empero, el actual jefe del Estado entendió, en mayo de 2003, que para reunir el poder que su precaria elección no le brindaba era menester encender algunas pasiones y no precisamente de las nobles. Inició una estrategia confrontativa. Así, reavivó crudos y dolorísimos enfrentamientos de treinta años atrás con un frenesí inimaginable y con una dedicación francamente digna de causas más altruistas, como mejorar la política, distribuir más equitativamente la riqueza o reformar al desvencijado y burocrático -¿burrocrático?- Estado e instaurar los derechos humanos aquí y ahora, es decir para los millones de argentinos que hoy no disfrutan de lo más básico. Pregunto: ¿no habría que haber dedicado las energías para hurgar el pasado en avanzar en educación?

En la campaña electoral para las elecciones del 27 de abril de 2003 el actual presidente nunca habló ni prometió reabrir el nefando pasado de guerra civil sucia que nos asoló en los setenta.

FALTA UN PROPOSITO

No sé si esta idea agota el asunto, pero por lo menos se acerca a uno de los meollos que explican que el país esté creciendo sin ilusión ni con un puerto a la vista. Falta un propósito colectivo superior. Porque si la meta es el poder y acumular lo más posible de él, no estamos ante una finalidad general, sino frente a un interés espurio de un grupo.

Echemos una somera mirada a nuestras adolescencias. ¿Qué piensa o quiere este gobierno en materia de integración sudamericana, tema decisivo para el porvenir? De eso no se habla. ¿Qué propone respecto de la vecina Sudáfrica y de África en general? Nada. Después del papelón con los chinos, ¿qué perspectivas tienen nuestros vínculos con ese país, la India, Japón y el sudeste asiático, donde Chile anuda relaciones? Dejando lo internacional, ¿cuál es el programa para terminar con el clientelismo y marchar a la cultura del trabajo? ¿Qué hay de las famosas Reformas, la Política, incluyendo el voto electrónico o por lo menos la papeleta única, la del Estado, la Judicial? ¿Cuántos corruptos de "guante blanco" fueron condenados y sus bienes reintegrados al erario? ¿Se restituyó al mérito, desplazando al acomodo? ¿Se remotivó y reenseñó a los maestros para que retornen a su noble magisterio, ese que nos liberará y hará grandes como pueblo y como personas? ¿Es tan complejo hacer que se cumpla la prohibición de vender alcohol a los menores?. ¿Es imposible contener a los miles de deambulantes jóvenes sin estudiar y sin trabajar?.

En el plano institucional, ¡qué va! Estamos en irrefrenable descenso, con 249 decretos de necesidad y urgencia, con 50 mil millones de pesos manejados sin control, con una Justicia sin vendas y con la más bochornosa discrecionalidad en la asignación de los recursos a las provincias, en lugar de tener una transparente e institucionalista ley de coparticipación de impuestos.

Ni siquiera tenemos un kilómetro -no los diez deseados- por año de subte nuevos, único modo de domeñar al endiablado tránsito porteño. Ni la autovía a Córdoba. Ni ese nuevo Chocón por año que necesitamos agregar a la disponibilidad energética si pretendemos desarrollarnos. ¿Y el plan de viviendas sociales? ¿Es tan difícil constituir un fondo para construirlas? De los desnutridos ya ni se acuerdan para las elecciones.

Se gastan millonarias sumas en publicidad oficial, pero ni un centavo para una campaña en favor de comportarnos y respetarnos. Porque, en última instancia, como se rompió el dique que contenía al respeto, hoy nos invade la prepotencia, la petulancia y la contienda. Esto trae el asunto de la identidad. No hay ni una película de gauchos, fortines e indios, es decir de la cosa nuestra. Sólo en un viejo cofre de la abuela se puede hallar algo vinculado a la cultura vernácula que va siendo cada vez más arrinconada. Hay plata, pero cada vez se usa peor.

A pesar del cuadro, estamos creciendo y tenemos una oportunidad. Desaprovecharla es inenarrablemente más imperdonable que en otras circunstancias realmente críticas. En la emergencia, como la de 2001, lo decisivo es capear la devastación y enderezar el curso. En el momento relativamente calmo, es tiempo de pensar con hondura y de actuar con visión.

¡Cómo va a existir pensamiento si la Casa Rosada fue durante meses un comité de campaña electoral! A todos nos parece lógico que el oficialismo de turno posea sus intereses electorales y despliegue su proselitismo. Empero, esto no admite que todo un gobierno se desfigure en un comando electoral.

Por último, todos sabemos que la clave para una economía sana, estable y en desarrollo es la inversión, especialmente proveniente de sus propios ahorros y capitales atesorados -inclusive los fugados. Es esa corriente nativa de inversiones la que invita y promueve a que recalen aquí los capitales no golondrinas que se asocian a la expansión de la producción y del trabajo. Este gobierno se ha caracterizado por poner un piloto automático a un crecimiento que giró en torno de aumentar la utilización de su capacidad industrial preinstalada y de beneficiarse con el incremento formidable de los precios de los productos primarios, incluyendo el petróleo. Es bueno capitalizar una circunstancia favorable. Empero es funesto no asegurarse el futuro mediante estrategias de más vuelo.

Aunque es recurrente, vale reiterarlo: la Argentina violenta, conflictiva, quebrada socialmente es el resultado de políticas que no superan la altura del zócalo, de la ausencia de proyecto común, de la inhumación del buen ejemplo, de la inmolación de todos los paradigmas y de la búsqueda del poder por el poder mismo. El 10 de diciembre tendremos otro gobierno. Si es continuidad o cambio lo sabremos rápidamente. De esto depende que se vaya perfilando otro horizonte y que su parición no sea traumática. La Argentina puede ser un país en serio que deje el andar cansino y que se atreva a galopar como en otros tiempos. Está en nosotros lograrlo.

*Presidente de UNIR
Unión para la Integración y el Resurgimiento

pncunir@yahoo.com.ar

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