lunes, 23 de julio de 2007

Amia. La discriminación silenciosa.


Por Alberto Medina Méndez*


Se cumplió otro aniversario del atentado que enlutó a la Nación toda. Se ha leído mucho respecto de este tema. Algunas opiniones solo han sumado lo habitual, el pensamiento moralmente correcto de solidarizarse, de hacer memoria y pedir justicia.

Sin embargo subyace otra realidad que rodea a este tema y que nos muestra un costado no tan grato de nuestra mirada como sociedad. Se trata de esta extraña, pero no por ello menos preocupante, forma de discriminar que hemos desarrollado en estas tierras.

No es nada nuevo que buena parte de la comunidad argentina crea con absoluta convicción que este atentado solo lo sufrió la comunidad judía y no el país en su conjunto. Están los obvios discursos que intentan mostrar ese acompañamiento genuino, sobre los cuales no puede pesar sospecha respecto de su sentimiento profundo. Sin embargo esos mismos, caen en la trampa de establecer argumentos tan distanciados de la realidad como claramente discriminatorios.

Mostrar solidaridad con la comunidad judía por este atentado es asumir que el hecho es un patrimonio propio del judaísmo local y no de la sociedad argentina, real victima de este acto criminal perpetrado por seres humanos, que con intencionalidad, sin demasiados escrúpulos, y en nombre de vaya a saber que retorcido principio moral, se adueñaron de vidas ajenas, sin importarles demasiado las consecuencias del hecho.

Frente a otros atentados realizados en todo el globo se han tomado actitudes bastante diferentes. A nadie se le ocurre que lo de las torres gemelas fuera un tema del mundo financiero, ni que lo ocurrido en el pentágono, lo fuera de los hombres de las fuerzas de seguridad. Madrid y Londres también han sido blancos elegidos por el terrorismo y nadie siquiera pensó que se tratara de un ataque a los medios de transporte. Las acciones de las guerrillas locales, en España, Colombia por solo citar algunos casos, o las internacionales de Oriente no son la excepción. Sus reprochables actos son siempre contra la esencia de la vida, combatiendo nuestra forma de concebir la interrelación entre seres humanos.

Sin duda alguna, estas acciones son movilizadas por el odio, y pretenden encontrar justificación en complejos argumentos difíciles de explicar, mucho mas aun de comprender, cuando se trata de quitar vidas.

Los medios de comunicación tampoco han sabido interpretar adecuadamente lo que ocurre, y el aniversario de este mes de julio no hace mas que mostrarnos nuevamente este costado simplista, lineal, ingenuo, que intenta, tal vez sin intención, que la sociedad crea que este es un problema exclusivamente judío.

La reiterada consulta a los dirigentes de organizaciones judías respecto de la marcha de la investigación, acerca de los avances y aportes a las causas judiciales, ponen sobre el tapete esta mirada que pretende asignar a la comunidad judía la responsabilidad que las instituciones de la república no han sabido asumir con efectividad.

Tal vez debamos remarcar una cuestión. Las únicas organizaciones sociales que se ocupan de recordar estas fechas, de mantener viva la memoria, de exigir justicia allí donde corresponde hacerlo, son las instituciones vinculadas a la comunidad judía. Esto también es un síntoma de esta extraña forma de discriminación silenciosa.

Resulta extraño que organizaciones sociales que no tienen vinculación alguna con la comunidad judía no sean capaces de tomar la posta, de asumir un rol mas activo, que vaya mas allá del cumplido de participar para la foto en actos conmemorativos, o enviar misivas firmadas renovando esta adhesión solidaria que suma pero no se compromete.

Probablemente, si el atentado se hubiera cobrado 85 víctimas fatales en cualquier otro lugar de nuestro país, el compromiso de todos los sectores sería sensiblemente mayor, pero esto es solo otra hipótesis que queda a criterio del lector.

Las formalidades se cumplen razonablemente, pero subyace esta silenciosa forma de discriminar. Ya no se trata de lo que parece, sino de lo que realmente se hace, se deja de hacer y se piensa en la intimidad.

La reiterada imagen cobarde del mensaje de texto, del posteo en un blog, de la opinión virtual en un foro o del grafitti en una pared de la ciudad, son diferentes formas de manifestar esa discriminación instalada que escondida siempre detrás del anonimato da rienda suelta al odio, al rencor y a lo peor de los seres humanos.

Esos que anónimamente atacan al que sienten diferente, ni siquiera están orgullosos de lo que piensan. Por eso se ocultan detrás de la impunidad que provee el no poner la firma, el no identificarse. En público se muestran tolerantes, democráticos, pero en las penumbras, allí donde ninguno los escucha, se manifiestan como son.

Argentina tiene una rica historia en esto de abrirle las puertas a todos, aceptando las diferencias de origen, raza o religión. Hemos sabido avanzar en esto de aceptar la diversidad, pero debemos estar atentos para no caer en los extremos de la paranoia viendo en todo una actitud discriminadora, y al mismo tiempo siendo todos severos vigilantes de los síntomas, por pequeños que parezcan, que muestren aquella actitud discriminatoria que debemos repudiar porque es el caldo de cultivo de las formas de violencia mas repudiables.

Cuidar esto, es una responsabilidad de todos, para que lo de la AMIA sea el símbolo de lo que nunca debió ser y que permita demostrarnos que podemos vivir en comunidad asumiendo que los problemas son de todos y no de algunos, y que la búsqueda de justicia y de verdad nos compromete a cada uno de los que deseamos seguir viviendo en esta tierra.

Queremos justicia, aspiramos a la verdad. La necesitamos como Nación para estar en paz. Mientras tanto, estemos todos alertas para poder convivir aceptando las diferencias, asumiendo nuestros problemas como sociedad sin hacer la mirada a un lado. Estas muestras cotidianas de profunda intolerancia preocupan porque amenazan con ser una moderna forma de discriminación silenciosa

*Licenciado

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