domingo, 12 de agosto de 2007

Aclaraciones al Morocho del Caribe

por José Guillermo Godoy*

Esta semana, el singular caribeño visitó nuestro país en una gira, que como ya es costumbre, tiene tanto de mediática como poco de fructífera. Hace unos días el mismo presidente, ya vitalicio, de la hermana bolivariana de Venezuela, rompió su propio récord televisivo al estar 8 horas en el aire, en su exitoso programa, “aló presidente”. Con la billetera cargada de petrodólares producto de los altos precios del barril de crudo, que la globalización que tanto critica, provocó, se dispuso a la compra de bonos argentinos y a engrosar las reservas monetarias nacionales, convirtiéndose, de ese modo, en el principal accionista de la sociedad matrimonial K.
Su visita puede definirse como un conjunto de coloquios de prensa, con preguntas maliciosamente “sorteadas” y demagógicamente contestadas. Dos expresiones capturaron mi atención. En una oportunidad afirmó, que Argentina fue, a comienzo del siglo XX, una nación próspera, de las más rica de la tierra, “el granero del mundo le llamaban”, exclamó Chávez. En un momento creí haber encontrado una expresión cuerda en su inane discurso, pero claro que no, faltaba la segunda parte. Y prosiguió: “Luego, esta nación, dejó de ser un país rico cuando llegó el neoliberalismo, y las privatizaciones, etc…”.
Primera aclaración: es cierto que la Republica Argentina era una potencia a comienzo del siglo XX, que ostentaba los índices sociales más avanzados de la tierra, y es verdad también, que por su pujante producción agropecuaria, era llamado el “granero del mundo”. A esto, solo una acotación sustancial: cuando la elogiosa Argentina del siglo XX era la octava más rica del mundo, regia en el país un sistema liberal. De manera que el mismo Chávez, con las expresiones de halago a la Argentina de comienzo del siglo XX, está haciendo la mejor defensa al sistema capitalista-liberal.
A mediados del siglo XIX, la Argentina era una nación relegada en el fin del orbe, con menos habitantes que Bolivia y el común de la población en los umbrales de la pobreza. Hasta que en 1853 se instituyó una Constitución de autentico cuño liberal que preveía en su texto, la institucionalización de la propiedad privada, la desregularización y la apertura económica, es decir todos los principios a los que el señor Hugo Chávez se opone y paradójicamente imputa los fracasos nacionales. Y es así como, gracias a la aplicación de este conjunto de principios, la Argentina consiguió tener la renta per. capita superior a Francia, los salarios iguales a los de Estados Unidos, en fin, un país que atraía al 10% de la inmigración mundial.
Justamente, los hijos de aquellos inmigrantes, comenzaron a irse de nuestro país con el advenimiento de Juan Domingo “compañero” Perón, que vino a suplantar el régimen conservador y liberal vigente hasta ese entonces, estatizando todas las empresas públicas, dando un vuelco sumamente pernicioso en la política exterior y nacionalizando el comercio exterior. Basta rememorar el Instituto Argentino de Promoción para el Intercambio (IAPI), aplicado durante la presidencia del Coronel Perón. Este organismo le pagaba a los productores locales, 200 pesos la tonelada de trigo, cuando el precio internacional era de 600 pesos, quedando un margen enorme en las arcas del Estado. De ese modo se perdió el incentivo para la producción, en un contexto de instituciones endebles que menoscabaron agudamente la seguridad jurídica y la previsibilidad, se desmoronó la inversión privada y por consiguiente la Argentina dejó de ser el Granero del Mundo.
Nada más remoto al terreno del ser, el sostener que nuestra nación emprendió un punto de inflexión hacia la decadencia cuando inició el proceso privatizador, ya que en el brote de aquel siglo, cuando la Argentina era una nación próspera, como el mismo líder caribeño lo recordó, todos los activos y servicios públicos estaban en manos de particulares y de empresas extranjeras, es decir eran privadas.
Resumo parcialmente: la decadencia no comenzó con las privatizaciones sino precisamente con las estatizaciones, pues estas coinciden cronológica y temporalmente con la pérdida de posiciones en el ranking mundial por parte de la Argentina, en materia de calidad social, institucional y económica.

Mientras pronunciaba su teatralizada conferencia de prensa, el líder caribeño con su singular talento para la vulgaridad, sacó de su bolsillo un papel, que según él contenía la siguiente leyenda: ¡Carlos Menem, oye Hugo, llámame! En medio de carcajadas del publico presentes, entre los que se incluyen nostalgiosos nacionalistas y algunos izquierdistas faranduleros, todos excitados hasta términos orgasmales, se dispuso a declarar, en tono de broma y dirigiéndose directamente al ex presidente, lo siguiente: “no; yo no te voy a apoyar a ti, mi candidata es Cristina: es ella… puejs”.
Cristina es el paradigma del llamado nuevo modelo (aunque su modelo sea más viejo que las monarquías europeas), y Carlos Menem, al que toda la izquierda insiste en caratularlo, por que le conviene, como el representante político del modelo opuesto, es el enemigo atacar. ¿Pero por que lo atacan, si políticamente esta muerto? En realidad no arremeten contra Carlos Menem, sino lo instrumentalizan para agredir a un sistema opuesto al suyo, sistema, que en rigor, poco tiene que ver con el ex presidente, pero a los colectivistas no le conviene que esto sea así por cuestiones obvias. La izquierda apostó a que la “cultura de la repetición” transformara, de pronto, una mentira total en verdad, y lo logró. Pero no importa. Ni aún así podrán justificar su esquema.
Pasaré por alto este pernicioso error conceptual, y me limitaré a informar al Sr. Hugo, que en los 90, la renta per. capita era cercana a los 7.000 dólares y hoy es de 3.500 dólares, que en los malditos 90, la diferencia entre el más rico y el más pobre era de 18 puntos y actualmente, gracias a la gestión de Kirchner, es de 30 puntos. Y todo esto en un contexto internacional extraordinariamente más favorable. Este último índice demuestra, que la pareja K, no es el paradigma de la distribución del ingreso sino de la concentración y de la inequidad. Y la medición anterior, agrega un elemento de respaldo a los dichos de Johan Norberg, referido al desarrollo de su país, Suecia, aplicable al caso argentino. Al respecto dice: “Suecia no se desarrolló con el socialismo y el Estado de Bienestar. Si hubiéramos redistribuido todas las propiedades e ingresos de Suecia, cada sueco viviría al mismo nivel que un Mozambiqueño”.


Volveré y haré millones.

Justamente, y como antes hablé del coronel, la semana pasada se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento de Eva Duarte de Perón. La fecha coincidía temporalmente con el lanzamiento de la candidatura de la Sra. Fernández de Kirchner. Esta última, en su improductiva gira por la España socialdemócrata, recibió muchas preguntas y consultas mediáticas que la comparaban con la difunta Evita. Pero los peronistas ortodoxos, los fundamentalistas del Estado, y los fanáticos de la distribución del ingreso, entre ellos Kirchner y el propio Chávez, reputan que las comparaciones son odiosas, y repiten en lo exterior el mismo discurso: Evita es única y no hay parámetros de comparación. Cristina, por su parte, comparte mediaticamente esta visión, aunque en lo profundo de su narciso corazón, cree exactamente lo contrario. Y yo también. Eva y Cristina representan exactamente lo mismo.
En su libro, la Razón de mi vida, Evita declaraba: "¡Qué buena persona era Miranda, que nos daba toda la plata que queríamos!". En realidad la plata que le daba Miranda, ministro de economía de Perón, a Evita, era dinero del campo sustraída a través del IAPI. Gracias a la riqueza expropiada al campo, “a esa oligarquía olor a bosta”, el gobierno financió la nacionalización de servicios públicos, la compra de bienes de capital de las empresas del Estado, los gastos corrientes del sector público, subsidios a las industrias y subsidios a la producción agrícola y ganadera, para mantener bajos los precios de los alimentos. Todo esto, por que Evita desenvolvió sus actividades públicas en un contexto internacional muy favorable como el actual. Fue una oportunidad perdida, y la simple comparación de la evolución argentina con otros países, que antes de esa fecha, estaban en la mismas o peores condiciones socioeconómicas que las nuestras, demuestra lo afirmado.
Por su parte, la reina Cristina, así calificada en un panfleto escrito por la periodista oficial Olga Wornat, tiene muchas similitudes con Santa Evita, así llamada por el escritor Tomás Eloy Martínez en su libro. Al igual que Evita, Cristina es una mujer sumamente atractiva, que llama la atención por su forma extravagante de expresarse, más que por el contenido de su discurso. Tiene una influencia en el gobierno nacional no menor a la que aquella líder, y además, su marido, se dedica a imitar las políticas que el viejo Coronel, marido de Evita, llevaba a cabo: Censurar a la prensa, nacionalizar empresas publicas, cerrar la economía y alejarlo del mundo civilizado, financiar al sector industrial con plata sustraída del campo, ahora a través de duras retenciones.
Por desgracia Evita no mintió. Reencarnó en Cristina y como lo prometió, ¡volvió a hacer millones! Claro, con la plata del campo.

*Presidente del Centro de Estudio de los Intereses Nacionales Filial Tucumán.
Integrante del programa de líderes locales de la Fundación Atlas 1853.
Secretario de Asuntos Pedagógicos del Centro Único de Derecho de la UNT.

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