miércoles, 1 de agosto de 2007

La Victoria del hombre.

por Alberto Usieto Blanco


RECORDACIÓN - En el 50º aniversario de su fallecimiento
La victoria del hombreDesde Buenos Aires, un lector santiagueño recuerda la figura de uno de los máximos referentes de la cultura nacional: Ricardo Rojas
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El rebuscar en cajas o armarios en el fondo de mi casa me brinda sorpresa. Hace poco encontré la primera edición de La victoria del hombre, primera obra publicada por Ricardo Rojas cuando se trasladó a Buenos Aires. La procedencia del libro es por vía materna. Según me dijeron, “eso era de tu bisabuelo, don Silvano Villarreal que vivía en Aragonés. ¿Qué relación tenía con Rojas? Nadie lo sabe pero entre los varios libros que se trajeron a La Banda se encuentra la primera edición de El país de la selva con tapa azul, editada por Garnier en París”. Me emociona pensar e imaginar que allá, en el entonces departamento Jiménez II, cerca de Villa Jiménez, Los Núñez, Sotelo y Sotelillo, donde el río Dulce da una vuelta, en Villa Aragón o Aragonés, en la primera década del siglo XX tenía un bisabuelo lector. Todo una maravilla. Pero, ¿cómo es esta primera obra de juventud de Ricardo Rojas, como es la primera edición?. El libro fue publicado en 1903. Está integrado por poemas de distinta temática, pero de inspiración unitaria, y se abre con un epígrafe de Víctor Hugo: Les peuples trouveront des nouveaux équilibres; / Oui, l´aube naît, demain les âmes seront libres”. Es una exaltación del hombre, “esa figura una y múltiple, lúgubre y radiante, fatal y sagrada”, como escribe Rojas en las notas que cierran la obra. Este hombre – dice Alfredo de la Guardia – tiene rasgos de semidiós, es el arquetipo prometeico “por su pura aspiración luminosa y su potencia de rebelde libertad”. La Victoria del Hombre aparece en pleno modernismo, estética que Rojas asimilará tardíamente, y no del todo. Hasta ese momento es un epígono del Renacimiento, un discípulo más de Andrade, de Víctor Hugo. Alfredo de la Guardia, además de esa influencia, observa las de Byron, Swinburne y los simbolistas, asimismo de Mármol y Almafuerte. Roberto Guisti agrega a Núñez de Arce. Y, por supuesto, hay otras: Quintana, Rueda, Dante, el Lugones de Las montañas de oro.
Anécdota con Pellegrini
Un día Carlos Pellegrini le pregunta: -¿Usted es el del poema? Se refiere a La victoria del hombre, libro que Rojas tiene en imprenta. -Lo he sabido por Joaquín V. González. Anoche nos han sentado juntos en el banquete de Concha Subercasseaux y, para no hablar de política, hemos hablado de literatura. Él me ha dado noticias de su poema con mucho elogio. Tráigamelo, porque me ha despertado curiosidad. Agrega: - Tráigamelo mañana a las diez, aunque sea en los originales o en las pruebas; vamos a leerlos juntos. “Salí de aquella casa transfigurado – recuerda Rojas -; pasó la noche, llegó el día, corrí a la imprenta, recogí el manuscrito, lo empaqueté prolijamente, y volví a la casa de la calle Maipú, donde Pellegrini esperaba. Me instaló en el sofá de la noche anterior, a su lado; puso el paquete sobre sus rodillas y empezó a trabajar con la cuerda del envoltorio, que se había apretado en nudo ciego. Yo, nervioso de impaciencia, quise tomar el paquete; el me apartó las manos: - Tenga paciencia, joven señor poeta. Le propuse que rompiera la cuerda. -No señor -me contestó- los nudos hay que desanudarlos. Entonces, estimulado por aquella afectuosa familiaridad me atreví a responderle: -Como la gente dice que usted no sabe desatar nudos sin cortarlos…. Sonrió paternalmente; aguzó las uñas, empecinóse de nuevo, separó al fin las cuerdas, diciéndome con aire de triunfo: - Ya podrá usted alguna vez decir que Pellegrini sabe cortar nudos, pero también, cuando se propone, sabe desatarlos. Abrió por fin el libro, y empezó a leer él mismo, con una voz cadenciosa, íntima, emocionada. En el curso de aquella lectura le anunciaron la visita de algunos amigos políticos a quienes hizo esperar en la sala. Se entretuvo una hora leyendo, dando sus juicios, hablándome de los poetas ingleses, y encareciéndome mi vocación por el arte”. La publicación de La victoria del hombre fue saludada con entusiasmo. Manuel Gálvez la elogia en La Nación. Manuel Ugarte lo hace en La Tribuna. La Linterna lo llama maestro y Lumen: “joven homérida”. El poeta Guido Spano lo proclama “poeta de la lira de bronce”. Emilio Becher lo pondera en ideas. Sólo Miguel de Unamuno, a quien Rojas envía el libro en diciembre de 1903, contesta sin eufemismos: “Indudablemente necesita poda, pero esa tendencia a lo grande, a lo heroico, a lo apocalíptico denuncia un espíritu entusiasta y de veras juvenil. Prefiero a un joven que haga eso y no cancioncillas amatorias y estrofillas alambicadas. Usted es un romántico: lo felicito por ello”. De aquel santiagueño nacido en Tucumán se cumplieron el domingo 50 años de su muerte. La victoria del hombre superó los cien, y en otras ediciones se le agregaron más poemas y aún sigue siendo referida cuando se estudia la obra de don Ricardo.

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