miércoles, 1 de agosto de 2007

Arturo Ponsati: In memoriam.

por Hernan Frias Silva*
Arturo Ponsati fue un personaje único en la historia de Tucumán. Esto no es ninguna novedad para quienes tuvi­mos el privilegio de conocerlo, tratarlo y compartir sus sueños y desvelos, alegrías y penas, éxitos y fracasos; y, por qué no decirlo, sus rabietas. Los que llevamos algunos años fatigando los pasillos del Palacio de la Plaza Yrigoyen, extrañaremos la inconfundible figura de Arturo: es que el querido muerto era algo familiar, algo incorporado al paisaje físico y espiritual de los tucumanos que elegimos como forma de vida el ejercicio del Derecho. Estas líneas, por lo tanto, escritas con toda la parcialidad que deriva de la amis­tad entrañable con que supo honrarme el extinto, están dirigidas a los colegas más jóvenes, que quizá tengan de Arturo una visión no acorde con lo que fue el Maestro, como con absoluta justicia -y una pizca de sorna- le llamábamos quiénes fuimos -creo- sus más próximos amigos.-
No he de ocuparme, pues, del impresionante currículul de Arturo Ponsati. Baste recordar que fue eximio alumno, en el colegio y en la Facultad de Derecho, a la que tanto quiso y sirvió; ejemplar empleado y funcionario de la Justicia Federal en su primera juventud; prestigioso aboga­do, temible como oponente, sabio y prudente como asesor; con una capacidad asombrosa para el trabajo. Qué decir de su trayectoria intelectual: infatigable lector desde su infan­cia, pronto se despertó en él una pasión inextinguible por la Política y la Historia -así, con mayúsculas-; que se tradujo en una enorme producción científica, testimoniada en textos fundamentales -sus "Lecciones de Historia de las; Instituciones", publicadas en 1976; las "Lecciones de Política", obra cumbre de su pensamiento, que tuve el honor de presentar conjuntamente con otros compañeros espiri­tuales de Arturo; su tesis doctoral, titulada "El Ideal Histórico de la Nueva Cristiandad", ensayos (de entre ellos, "Argentina, Perón y después", a mi juicio un clásico de la literatura política argentina); innumerables artículos, críticas: de libros, polémicas, etc. Fue Ponsati quién difundió los estudios sobre el neo-tomismo en Tucumán, y quién, desde; sus cátedras, promovió el conocimiento de obras fundamentales del pensamiento contemporáneo, como, por ejemplo, el "Estudio de la Historia" del ilustre filósofo e historiador inglés Arnold Toynbee, o la magna obra de su mentor Jacques Maritain.­
Pero Arturo fue mucho más que un teórico de la Política, o un eximio profesional del Derecho: fue un elegido de la Providencia, que dedicó su vida a la búsqueda. incansable del Bien Común, sin renuncios ni dobleces, frontal y apasionadamente. Esta entrega al prójimo, fue, a mi entender, la característica más notable -y más noble- de Ponsati. En las inolvidables tertulias de los sábados, su tonante voz nos incitaba a pensar y actuar, cuál un Sócrates redivivo. Aún lo recuerdo en el Hospital Italiano de Buenos: Aires, acompañado solamente por su queridísima esposa y compañera de tantas luchas y sueños, soportando estoicamente las cánulas y agujas, luchando a su modo con la cruel enfermedad que terminó por quebrar su cuerpo -nunca su espíritu-, preocupándose por su lejana pero tan querida Provincia, y por sus alumnos y colaboradores, cruzando bromas y afectuosas pullas con sus acompañantes. O unos días antes del desenlace, tomando un concurso en la Facultad que tanto amó, en una agotadora jornada para un hombre sano; qué decir para un enfermo terminal, atormentado por atroces dolores. Pero en Arturo el amor al prójimo -la demostración cabal del amor a Dios- era el primer y más importante de los mandamientos. Y en esa inteligencia, lo derramó; sin medida entre todos los que le conocieron.­
Toda su inmensa sapiencia y su ardiente vocación de servicio, la volcó Arturo Ponsati a la acción concreta. Casi adolescente, fue uno de los fundadores de la Liga Humanista y del Partido Demócrata Cristiano. Su figura, como mili­tante e intelectual, transcendió ampliamente las fronteras nacionales; amigo y hombre de consulta de notables hom­bres de Estado (Frei, Caldera, Calvani, Fanfani y el resto de los italianos, que tanto lo distinguieron, etc.), mantuvo permanente contacto, personal y epistolar, con el movimiento social cristiano internacional, del cuál, sin duda, fue principal referente. La militancia política -ya era caudillo en el secundario- lo acompañó hasta el día en que Tucumán resolvió utilizar sus inmensas dotes, confiriéndole el honor de ser elegi­do diputado. Como era previsible, descolló netamente en la Cámara Baja, por su dedicación y preparación. Ocupó luego por breves meses la Secretaría de Educación, hasta que en 1991, fue designado vocal de la Corte Suprema de Justicia; cuerpo que llegó a presidir, con singular brillo y ecuanimidad. Este último honor representó para nuestro querido amigo, quizás el más grande de los muchos sacrifi­cios que hizo en su fructífera vida: desde el día que llegó a la Corte, Arturo se olvidó de la militancia partidaria. Sin dudar, abandonó, de una vez y hasta su prematuro fin, el ejercicio de la política partidaria, entendida como un interminable juego de conflictos y armonías, pactos y desencuentros, que nuestro hombre jugó como ninguno, en un doble sentido: porque lo hizo sin ningún interés personal (el poder: es un gran servicio público, enseñaba); y porque lo jugó limpia, honesta y generosamente.- .
Pero el abandono de la militancia partidaria no implicó la renuncia a la Política: en la historia de nuestro Supremo Tribunal, pocos antecedentes hay de un magistra­do que haya sabido conciliar tan acabadamente lo público con lo privado; que entendiera tan cabalmente el rol que compete a la Corte como cabeza del Poder republicano por excelencia. Como juez, Ponsati fue un verdadero estadista, entendiendo por tal la persona que, teniendo la responsabi­lidad por velar los intereses generales, lo hace con visión, desinteresadamente y con enorme competencia profesional. Algún colega y amigo, cuando nuestro hombre fue designa­do vocal de la Corte, se permitió dudar de su futuro desem­peño, dado el carácter apasionado de Ponsati. Fue entonces que sostuve que Arturo iba a ser un excelente juez, porque por sobre todas las cosas, era un hombre justo y bueno; por una vez, no me equivoqué, y el colega terminó dándome la razón.­

Para quienes le conocimos, fue simplemente "el Maestro". No solamente -o principalmente- por su sapiencia, sino por su vida ejemplar. Cuando lo conocí -en el año 1963- ­Ponsati conducía una ardorosa campaña electoral, tratando de difundir su ideario en Tucumán (una sociedad más justa, solidaria, democrática y participativa). Las elecciones se
perdieron, y el sueño no pudo concretarse. No por ello el hombre aflojó, sino que, por el contrario, multiplicó los esfuerzos tendientes a crear en la Provincia una dirigencia madura, generosa, competente y responsable. Así, fue incansable promotor de grupos de estudio y acción, alguno de los cuáles tuve el privilegio de integrar.­
Su acendrada defensa de los derechos de los más desposeídos, se vio reflejada en su vasta actuación profe­sional en el ámbito del Derecho Laboral, individual y colec­tivo. Uno de sus postulados esenciales fue la dignidad esen­cial del hombre y, por lo tanto, del trabajo.­
En el ámbito del derecho público (político y consti­tucional), fue durante toda su vida hombre de consulta para sus allegados, los permanentes y los ocasionales. Su capaci­dad en la materia resplandeció en la Corte; a través de sus votos, se descubre una clara y aguda percepción de los pro­blemas políticos, y de los medios adecuados para su superación. ­
Como dije en una parte anterior de esta nota, Ponsati fue ante todo un cristiano a carta cabal. Nunca hizo caso a los pesimistas, a los escépticos: siempre creyó con fe total en la acción providente de Dios en la Historia. Nunca tuvo pereza, ni vergüenza de sostener su ideario, tan ajeno al egoísmo, el hedonismo, la codicia y el canibalismo, con­travalores dominantes en la lucha política diaria. Sin rubores, corrió el riesgo de que algún desprevenido lo tomara por ingenuo, cuando en realidad lo que le sobraba era Fe: es que para él, el cristianismo era su modo de vivir. Ponsati, creía en cosas que para el general de los hombres, constituyen lo que San Pablo calificó como "escándalo para los judíos, y locura para los gentiles". Y este amor al prójimo, Arturo lo hizo realidad operante en todos los ámbitos en los que le tocó actuar.­

Al presentar su libro "Lecciones de Política", com­paré a Ponsati con San Agustín: una voz solitaria en medio de una tormenta arrasadora, predicando una y otra vez el Amor, como único antídoto contra la locura de un mundo perturbado por el odio y el egoísmo, síntomas ambos de desintegración social. En su intensa vida política, segura­mente tuvo adversarios; y quizá hasta cosechó enemigos, pero con la siguiente salvedad: el nunca fue enemigo de nadie, a todos perdonó, ya que era absolutamente incapaz de odiar. ­

Así como en vida me recordaba a San Agustín, hoy; ya ausente, cuando pienso en Ponsati me vienen a la memo­ria las palabras de su admirado San Pablo, en la Segunda Carta a Timoteo: "Vigila en todas las cosas, soporta las aflicciones, cumple tu ministerio. Que yo ya estoy a punto de ser inmolado, y se acerca el tiempo de mi muerte. He combati­do con valor, he concluido la carrera, he conservado la fe". Arturo Ponsati cumplió cabalmente sus múltiples ministerios (marido, padre de familia, político, docente, estadista, abo­gado, juez); soportó estoicamente todas las aflicciones, espirituales y físicas; combatió brava y lealmente infinidad de batallas, siempre defendiendo la Verdad; y, por sobre todas las cosas, murió como vivió: poseído por una ardiente Fe, en su Dios y en sus hermanos.­

Adiós, querido e inolvidable amigo.­


*Abogado. Titular de la Catedra Historia del pensamiento politico y juridico en la Facultad de derecho de la Universidad Nacional de Tucumán.

(reproducimos este articulo en oportunidad del reciente aniversario del fallecimiento del doctor Arturo Ponsati)

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