jueves, 23 de agosto de 2007

Quinto poder: Planes sociales


por Gretel Ledo*


Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra;
mas cuando domina el impío, el pueblo gime
Proverbios 29:2


Los tiempos por los que atraviesa nuestra historia política recorren los mismos senderos del pasado. El uso y abuso de prácticas añejas en las que el pueblo es utilizado para meros fines electorales protagonizan una vez más escenas escandalosas de resabios morales prostituidos.
La Real Academia Española define al clientelismo como un sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de sus servicios y sumisión. Para indagar en sus orígenes Norberto Bobbio se remonta a Roma. Por clientela se entendía una relación de dependencia económica y política entre sujetos de status diverso. El individuo de rango más elevado (patronus) protegía a sus propios clientes, los defendía en los juicios, testificaba en su favor, les asignaba una tierra de su propiedad para el cultivo y un ganado para que lo criaran, y uno o varios clientes quienes bajo la condición de siervos libertos o extranjeros inmigrantes gozaban del status libertatis y, como tales, actuaban de forma sumisa y deferente obedeciendo y ayudando al patronus incluso hasta con armas.
En las sociedades tradicionales, las estructuras clientelares son un fenómeno difundido que han logrado con éxito penetrar en los aparatos políticos administrativos centralizados. Aún hoy, a pesar que las relaciones de dependencia personal se abolieron formalmente persiste una red de vinculaciones clientelares que tiende a sobrevivir y adaptarse, tanto frente a la administración centralizada como frente a las estructuras de la sociedad política (elecciones, partidos, parlamentos). En la sociedad premoderna los sistemas clientelares formaban verdaderos microsistemas autónomos. Así podemos citar el caso del partido de notables. En la época de sufragio restringido, el notable al que le estaba reservada de hecho o de derecho una relación privilegiada con el poder político constituye una bisagra de empalme entre la sociedad civil y la sociedad política. A los propios clientes les sigue dando protección y ayuda en las relaciones con un poder a menudo distante y hostil, a cambio de consensos electorales.
Para el historiador Ricardo Levene, en el período anárquico posterior a 1820 la práctica del sufragio libre estaba viciada. Los procedimientos electorales eran los de la violencia o imposición por la fuerza y el fraude. Así en cada elección se libraba una batalla “…para ganar el atrio o secuestrar la urna y otra final o campal para destruir la victoria del adversario, ya fuese arrancándole los instrumentos legales del acto comicial, ya acudiendo a medios más violentos, contra las personas mismas, encarcelándolas, secuestrándolas. Ser un gran ciudadano, un gran repúblico, un gran tribuno significaba en el lenguaje de ese tiempo ser un bravo y ser un héroe capaz de ir a bayoneta calada hasta la propia mesa y comenzando por una descarga cerrada, sobre el grupo de escrutadores, concluir por eliminar todo obstáculo y quedar dueño absoluto de la mesa, urnas y registros”.
La historia del caudillo matón es sucedida por la del puntero que negocia los votos de los humildes comprándolos o intimándolos.
Hoy no hablamos del fraude a la manera de principios del siglo XIX sino de un nuevo estilo. A esta gestión de gobierno hay que reconocerle un logro: el nacimiento de un quinto poder. Sí, un poder denominado planes sociales. La voluntad popular es comprada con anterioridad al acto de sufragar. Las clases populares convertidas en venalizada clientela electoral reciben con dócil predisposición la presión oficial para asegurar la sucesión del gobierno.
La desnaturalización de este electoralismo, la burla de la voluntad agraviante explica la disminución de la pobreza. Para 2005 ascendía a 38,5%; hoy es de 27% según la CIA norteamericana. ¿Habrán surgido efecto los planes sociales, los subsidios y el apoyo a piqueteros?
Los inputs que ingresan al sistema político en forma de demandas sociales se traducen en outputs parasitarios.
El temor como ensamble de una relación de conveniencias mutuas traduce el lenguaje del electorado-cliente en fidelidad al patronus para conservar el plan social; en tanto el caudillo teme perder el botín de votos que lo catapulte al éxito anhelado: la perpetración omnímoda en el poder. Esta fuente inagotable de demagogia especulativa es la contracara de un pueblo sometido, pobre y temeroso cuyas vendas no permiten cuestionar el modus operandi de hoy que, por cierto se remonta a 1820…
Sí… más allá del cuarto poder, cual es la prensa ha nacido tácitamente el quinto poder que, desde el gobierno, maneja cómodamente a la masa llevándola a cambiar la historia del país que escribe de antemano.

*Abogada, politologa y asesora parlamentaria

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